Minientrada

Palabras para transitar I.

Avenida

Proviene del verbo latino venire, que equivale al español venir. Se trata de una calle ancha, generalmente de mucho tránsito, en la que desembocan calles mas pequeñas. Según el Glosario de términos de la SETRAVI, es una «arteria principal , generalmente de doble circulación, con camellón al centro y varios carriles en cada sentido».

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«Flora desciende (en un semáforo donde una avenida con nombre de platillo y otra con nombre de prócer se juntan) se asoma al interior del auto, desde la ventanilla, y dice, remarcando mucho las palabras, con los ojos fijos en Nájera, «gracias»».

Infierno número dos.
Aldo Rosales Velázquez.

Ave rapaz.

Ave rapaz.

• MINIFICCIÓN •

VORAZ

LORENZO RUBIO

“¿Es que no tuviste bastante con la bronca de ayer?». Él encuentra la reprimenda entre las sábanas, la dobla palabra por palabra y se la traga. Debajo de la cama ve un «Me la pagarás». Lo ingiere, sin masticar. Abre el cajón de la mesita de ella. Allí su esposa acumula los insultos que recibe. Los devora empezando por los más hirientes. En la cocina, entre las sartenes saca otro puño de amenazas y se las come también. Engulle las pullas escondidas bajo los muebles. Y, cuando ya se ha tragado todos sus reproches, llama arrepentido a su mujer para implorarle que vuelva a casa.

Bizarre.

Bizarre.

“Los monstruos son reales y los fantasmas son reales también. Viven dentro de nosotros y a veces ellos ganan.”

Stephen King

Nerco María.
Billelis / Sick Mick
Mandala
Billelis
Súcubo
Billelis
Limbo
Billelis
Metamorphosis
Billelis
Mother nature
Billelis
Blossom
Billelis
Our lady of Sorrows
Billelis
Carpe Noctem
Billelis
Noctem
Billelis
Presagio maldito.

Presagio maldito.

«—¡Federico! —oí la voz traspasada de emoción de mamá— ¿sentiste?
—Sí —respondí, deslizándome de la cama—. Pero ella oyó el ruido.
—¡Por Dios, es un perro rabioso! ¡Federico, no salgas, por Dios! ¡Juana! ¡dile a tu marido que no salga! —clamó desesperada, dirigiéndose a mi mujer—.
Otro aullido explotó, esta vez en el corredor central, delante de la puerta. Una finísima lluvia de escalofríos me bañó la médula hasta la cintura. No creo que haya nada más profundamente lúgubre que un aullido de perro rabioso a esa hora. Subía tras él la voz desesperada de mamá. ¡Federico! ¡Va a entrar en tu cuarto! ¡No salgas, mi Dios, no salgas! ¡Juana! ¡dile a tu marido!…
—¡Federico! —se cogió mi mujer a mi brazo.
Pero la situación podía tornarse muy crítica si esperaba a que el animal entrara, y encendiendo la lámpara descolgué la escopeta. Levanté de lado la arpillera de la puerta, y no vi más que el negro triángulo de la profunda niebla de afuera. Tuve apenas tiempo de avanzar una pierna, cuando sentía que algo firme y tibio me rozaba el muslo: el perro rabioso se entraba en nuestro cuarto. Le eché violentamente atrás la cabeza de un golpe de rodilla, y súbitamente me lanzó un mordisco, que falló, en un claro golpe de dientes.
Pero un instante después sentía un dolor agudo.
Ni mi mujer ni mi madre se dieron cuenta de que me había mordido».

–El perro rabioso

Horacio Quiroga.

Donaires de pasión.

Donaires de pasión.

«Un día me dijo que estaba enamorado, y que posiblemente se casaría muy pronto. Aunque me habló con loco entusiasmo de la belleza de su novia, esta apreciación suya de la hermosura en cuestión no tenía para mí ningún valor. Vezzera insistió, irritándose con mi orgullo.
—No sé qué tiene que ver el orgullo con esto
—le observé—.
—¡Si es eso! Yo soy enfermizo, excitable, expuesto a continuos mirajes y debo equivocarme siempre. ¡Tú, no! ¡Lo que dices es la ponderación justa de lo que has visto!
—Te juro…
—¡Bah; déjame en paz! —concluyó cada vez más irritado con mi tranquilidad, que era para él otra manifestación de orgullo—.
Cada vez que volví a verlo en los días sucesivos, lo hallé más exaltado con su amor. Estaba más delgado, y sus ojos cargados de ojeras brillaban de fiebre.
—¿Quiere hacer una cosa? Vamos esta noche a su casa. Ya le he hablado de ti. Vas a ver si es o no como te he dicho.
Fuimos. No sé si usted ha sufrido una impresión semejante; pero cuando ella me extendió la mano y nos miramos, sentí que por ese contacto tibio, la espléndida belleza de aquellos ojos sombríos y de aquel cuerpo mudo, se infiltraba en una caliente onda en todo mi ser».

-Los ojos sombríos

Horacio Quiroga.

Indiferencia perversa.

Indiferencia perversa.

«Los cuatro idiotas, la mirada indiferente, vieron cómo su hermana lograba pacientemente dominar el equilibrio, y cómo en puntas de pie apoyaba la garganta sobre la cresta del cerco, entre sus manos tirantes. Viéronla mirar a todos lados, y buscar apoyo con el pie para alzarse más.
Pero la mirada de los idiotas se había animado; una misma luz insistente estaba fija en sus pupilas. No apartaban los ojos de su hermana, mientras una creciente sensación de gula bestial iba cambiando cada línea de sus rostros. Lentamente avanzaron hacia el cerco. La pequeña, que habiendo logrado calzar el pie, iba ya a montar a horcajadas y a caerse del otro lado, seguramente, sintióse cogida de la pierna. Debajo de ella, los ocho ojos clavados en los suyos le dieron miedo.
—¡Suéltame! ¡Déjame! —gritó sacudiendo la pierna. Pero fue atraída.
—¡Mamá! ¡Ay, mamá! ¡Mamá, papá! —lloró imperiosamente. Trató aún de sujetarse del borde, pero sintióse arrancada y cayó.
—Mamá, ¡ay! Ma…
No pudo gritar más. Uno de ellos le apretó el cuello, apartando los bucles como si fueran plumas, y los otros la arrastraron de una sola pierna hasta la cocina, donde esa mañana se había desangrado a la gallina, bien sujeta, arrancándole la vida segundo por segundo».

La gallina degollada

-Horacio Quiroga.

CANDILEJAS.

CANDILEJAS.

• DESCANSAMOS LOS MARTES •

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En las noches de verano, mi abuela, mis primos y yo, solíamos echarnos sobre el césped del patio trasero; ahí junto al enorme árbol de aguacate que ella misma había sembrado. Grande, frondoso; de frutos amables y exquisitos. Deleite al paladar, oro verde. Ahí, tumbados todos, mirando las estrellas, reíamos y esperábamos la hora en que la abuela comenzara sus historias de miedo. Ella bien sabía que ninguno de nosotros temía a esos cuentos, pero amabamos escucharla y fingiendo temor, abríamos tremendos ojos atentos a cada palabra y a cada recuerdo, porque muchas de esas historias, decía ella, eran más bien vivencias. Todos lo recordamos perfectamente. Recordamos esos finos labios rojos que nos besaban, sus manos tersas acicalando el cabello de alguno, y esos hermosos ojos cafés, profundos y sinceros. Todos lo recordamos, menos ella. Un día, así de pronto, el Alzheimer nos mutiló, de apoco llevándosela. Dejó de salir al patio trasero; desde la ventana, nos veía esperándola, y temorosa, nos pedía que nos fueramos. El corazón se nos hizo pedazos. Quién nos iba a llenar amorosamente de miedo, si ella ya no recordaba quiénes éramos. Ya no recordaba ni quién era ella. Un día la encontramos regando su árbol. Le hablaba en susurros y entre todo, le pedía al árbol que nos cuidara. —Cuida de mis lucecitas—, murmuraba.
Lucecito, me decía, cuando ya no lograba recordar mi nombre. Mi alma rota quería salirse corriendo de entre mi cuerpo y yo solo la abrazaba para que no viera mi llanto. Nuestra luz más grande, se estaba apagando.
Hoy, que desde la ventana miro ese árbol, estoy seguro de que sí nos cuida; nunca ha dejado de dar frutos perfectos.
Todos creíamos que la abuela se iría sin recordar quiénes éramos, pero un día antes de partir, sentada en su sillón favorito y mientras bebía un té de limón, nos dijo: —¿Creen que no sé que van a llorar? Sé eso, y sé también que tienen miedo, que ahora sí tienen miedo—. Sonrió, sonreímos. Y la dejamos partir.

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Lirismo.

Lirismo.

• PLUMAS •

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Audaz, excéntrico, critico, sarcástico y Mexicano.
Carlos Monsiváis no era un escritor cualquiera; era capaz de hablar de todo con un exquisito sabor en la lengua. Hablaba de nosotros, con nosotros. Fue sin duda, un mensajero perfecto del mexicanismo, del folclore y de todo lo que condujera arte.
Nacido un 4 de mayo de 1938 en la Ciudad de México, dedicó su vida a la escritura crónica y ensayista, lo que lo llevó a convertirse en uno de los más prolíficos actores literarios de su época.
Curioso y vivaz. Se involucró incluso en la vida política del México que vivió; apoyando movimientos sociales como el feminismo, la lucha lgbt y movimientos estudiantiles (1968 Mx). Atrayéndole esto, un sinnúmero de detractores.
Amante del arte, se cree llegó a acumular más de 12 mil objetos, entre pinturas, maquetas, juguetes, fotografías y otros objetos que hoy en día son un claro retrato del México que experimentó.
Entre sus obras más destacadas están:
Amor perdido, Escenas de pudor y liviandad, Días de guardar y Aires de familia, entre muchas más. Obras en las que podemos notar su maestría para la crónica y el ensayo.
Su categórico talento lo llevo incluso a incursionar en el séptimo arte en cintas como Caifanes, Un alma pura y Las visitaciones del diablo.
Hablar de Monsiváis es hablar de un México utópico, como ese que le hubiera gustado ver.
Se marchó un 19 de junio de 2010 a los 72 años, debido a una insuficiencia respiratoria derivada de una fibrosis pulmonar; sus lectores, al igual que los 13 gatos con los que vivía, somos fieles testigos del amor incondicional a su país, a las letras, a la defensa incansable de los derechos civiles y a su prosa sarcástica, perspicaz y popular.
Omnipresente cultural de su tiempo, Carlos Monsiváis será recordado no solo por su obra literaria, sino también, por su pasión por la vida y esa lucha constante por demostrarnos, que la locura y el amor, son al final, lo único que nos puede salvar de todo.

«Si nada te garantiza el mañana, el hoy se vuelve inmenso.»
Carlos Monsiváis

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