Fraterno supremo.

Fraterno supremo.

«Francis no gritó, pero el brinco que pegó su propio corazón le reveló a Peter una parte del terror de Francis. “No te preocupes”. Murmuró mientras palpaba la figura en cuclillas hasta atrapar una mano apretada. “Soy yo. Me voy a quedar contigo”. Y asiendo al otro con fuerza, escuchó la cascada de murmullos que habían provocado sus palabras. Una mano tocó el librero cerca de la cabeza de Peter y se percató de cómo continuaba el miedo de Francis a pesar de su presencia. Era menos intenso y esperaba que más soportable, pero permanecía. Sabía que el miedo que estaba sintiendo era el de su hermano y no el suyo. Para él la oscuridad solo era ausencia de luz, la mano que andaba a tientas, la de algún niño conocido. Armado de paciencia esperaba ser encontrado. No volvió a hablar, pues entre Francis y él existía la comunión más íntima. A través de las manos entrelazadas el pensamiento fluía más aprisa de lo que tardaban los labios en amoldarse a las palabras. Podía sentir cómo evolucionaban las emociones de su hermano, a partir del brinco de pánico por el contacto inesperado hasta el pulso uniforme del miedo que continuaba ahora con la regularidad del latido del corazón».

-El fin de la fiesta

Graham Green

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En México les dicen Lenchas.

En México les dicen Lenchas.

«—¿Desde cuándo te gustan las mujeres? Antes tenías novio.
—No me gustan las mujeres. Me gusta Senada. Ella es mi mujer, entiéndelo. Queríamos irnos con el niño a la casa de su hermana de Sarajevo. Allí encontró trabajo. Pero su marido se dio cuenta de todo y se presentó en la puerta de la casa de mi hermano. Le confiscó sus documentos, como mi hermano hizo conmigo para que no podamos vernos, al cruzar la frontera. Te ha mentido. Miente más de lo que habla. Pero la verdad, como puedes ver, es aun peor de lo que pensabas —dice y dispara otra ráfaga de risa.
—¡Para ya! —le grito—. ¿Fue hermano quien te rapó la cabeza?
Se sonroja».

Frontera.

Olja Savičević Ivančević.

Indiferencia perversa.

Indiferencia perversa.

«Los cuatro idiotas, la mirada indiferente, vieron cómo su hermana lograba pacientemente dominar el equilibrio, y cómo en puntas de pie apoyaba la garganta sobre la cresta del cerco, entre sus manos tirantes. Viéronla mirar a todos lados, y buscar apoyo con el pie para alzarse más.
Pero la mirada de los idiotas se había animado; una misma luz insistente estaba fija en sus pupilas. No apartaban los ojos de su hermana, mientras una creciente sensación de gula bestial iba cambiando cada línea de sus rostros. Lentamente avanzaron hacia el cerco. La pequeña, que habiendo logrado calzar el pie, iba ya a montar a horcajadas y a caerse del otro lado, seguramente, sintióse cogida de la pierna. Debajo de ella, los ocho ojos clavados en los suyos le dieron miedo.
—¡Suéltame! ¡Déjame! —gritó sacudiendo la pierna. Pero fue atraída.
—¡Mamá! ¡Ay, mamá! ¡Mamá, papá! —lloró imperiosamente. Trató aún de sujetarse del borde, pero sintióse arrancada y cayó.
—Mamá, ¡ay! Ma…
No pudo gritar más. Uno de ellos le apretó el cuello, apartando los bucles como si fueran plumas, y los otros la arrastraron de una sola pierna hasta la cocina, donde esa mañana se había desangrado a la gallina, bien sujeta, arrancándole la vida segundo por segundo».

La gallina degollada

-Horacio Quiroga.