
«Francis no gritó, pero el brinco que pegó su propio corazón le reveló a Peter una parte del terror de Francis. “No te preocupes”. Murmuró mientras palpaba la figura en cuclillas hasta atrapar una mano apretada. “Soy yo. Me voy a quedar contigo”. Y asiendo al otro con fuerza, escuchó la cascada de murmullos que habían provocado sus palabras. Una mano tocó el librero cerca de la cabeza de Peter y se percató de cómo continuaba el miedo de Francis a pesar de su presencia. Era menos intenso y esperaba que más soportable, pero permanecía. Sabía que el miedo que estaba sintiendo era el de su hermano y no el suyo. Para él la oscuridad solo era ausencia de luz, la mano que andaba a tientas, la de algún niño conocido. Armado de paciencia esperaba ser encontrado. No volvió a hablar, pues entre Francis y él existía la comunión más íntima. A través de las manos entrelazadas el pensamiento fluía más aprisa de lo que tardaban los labios en amoldarse a las palabras. Podía sentir cómo evolucionaban las emociones de su hermano, a partir del brinco de pánico por el contacto inesperado hasta el pulso uniforme del miedo que continuaba ahora con la regularidad del latido del corazón».
-El fin de la fiesta
Graham Green