Fraterno supremo.

Fraterno supremo.

«Francis no gritó, pero el brinco que pegó su propio corazón le reveló a Peter una parte del terror de Francis. “No te preocupes”. Murmuró mientras palpaba la figura en cuclillas hasta atrapar una mano apretada. “Soy yo. Me voy a quedar contigo”. Y asiendo al otro con fuerza, escuchó la cascada de murmullos que habían provocado sus palabras. Una mano tocó el librero cerca de la cabeza de Peter y se percató de cómo continuaba el miedo de Francis a pesar de su presencia. Era menos intenso y esperaba que más soportable, pero permanecía. Sabía que el miedo que estaba sintiendo era el de su hermano y no el suyo. Para él la oscuridad solo era ausencia de luz, la mano que andaba a tientas, la de algún niño conocido. Armado de paciencia esperaba ser encontrado. No volvió a hablar, pues entre Francis y él existía la comunión más íntima. A través de las manos entrelazadas el pensamiento fluía más aprisa de lo que tardaban los labios en amoldarse a las palabras. Podía sentir cómo evolucionaban las emociones de su hermano, a partir del brinco de pánico por el contacto inesperado hasta el pulso uniforme del miedo que continuaba ahora con la regularidad del latido del corazón».

-El fin de la fiesta

Graham Green

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Faena canina.

Faena canina.

• DESCANSAMOS LOS MARTES •

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Embeleco

Pedrito salió esa mañana en dirección a la escuela. Todos los días pasaba por aquella casona custodiada por un imponente doberman de ojos vivaces y firmes orejas. De lejos, miraba como el can lo seguía con la mirada, sin perderlo ni un instante hasta que inevitablemente, desaparecía al doblar la esquina. Todos los días, Pedro repetía la misma faena, cada día más cerca del enorme zaguán, como con la intención de finalmente, familiarizar con el animal.
Pronto, aunque con temor aún, el muy párvulo estaba ya frente al mamífero aquel, quien apresurado, olfateaba el rededor.
Pedro sonrió, estiró la mano, pero salió corriendo. El perro, sin embargo, se quedó ahí sin moverse, fijando la mirada en la criatura que no paraba de correr. Al día siguiente, Pedrito repitió la acción, ésta vez, sin correr. El doberman no hiso nada, ni siquiera pareció olfatear; se quedó echado muy cerca, pero alerta. Pedro por fin le acarició la cabeza y sonrió satisfecho. La escena se repitió por varios días hasta que, luego de muchas intentonas, ambos ganaran confianza. Pedro ya consideraba a aquel animal su nuevo «mejor amigo». Un día se dió cuenta que aquel enorme zaguán nunca estaba cerrado; empujó con fuerza y se coló por una orilla.
Sonreía emocionado, mientras el perro se mantenía alerta y en igual emoción. Jugaron, corrieron alrededor del patio hasta que Pedro cayó rendido, no podía dar un paso más; nunca había corrido tanto. Ese día era muy noche ya.
En desesperacion, la madre de Pedro describe su ropa y señas particulares a un oficial de policia. Hace 2 días que llora su desaparición.
En tanto «Butcher», lenguetea sus afilados colmillos y limpia grácilmente sus bigotes luego de zanjar el embrollo. Da la vuelta y avanza rechoncho alrededor del patio hasta el zaguán. Listo y atento, para una nueva cría.

Marco de Mendoza.

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Vástagos lumen.

Vástagos lumen.

«Las familias numerosas pueden satisfacer todas sus demandas de electricidad instalando un Baby H.P. en cada uno de sus vástagos, y hasta realizar un pequeño y lucrativo negocio, trasmitiendo a los vecinos un poco de la energía sobrante. En los grandes edificios de departamentos pueden suplirse satisfactoriamente las fallas del servicio público, enlazando todos los depósitos familiares.
El Baby H.P. no causa ningún trastorno físico ni psíquico en los niños, porque no cohíbe ni trastorna sus movimientos. Por el contrario, algunos médicos opinan que contribuye al desarrollo armonioso de su cuerpo».

-Baby H.P.

Juan José Arreola.

Caprichos cretinos.

Caprichos cretinos.

«—Angelito: ¿puedo tomar un vaso de agua?
—Mi mamá no quiere que entres en mi casa.
Harto del egoísmo de Angelito, Artemio, que ya tenía doce años le dijo:
—Cómo eres díscolo nomás por ser tan rico. Pero no le andes buscando los tres pies al gato porque ya verás.
Angelito corrió a informar a su madre que Artemio acababa de insultarlo. José, el mozo, fue a castigar al impertinente.
El niño se levantó y se acercó al lecho de su madre:
—Mamá…
—¿Qué quieres, hijito? ¿Por qué estás despierto? Si no duermes te vas a enfermar.
—Mamá, quiero tener un gato de tres pies.
—Pero, mi vida, eso no puede ser: todos los gatos tienen cuatro patas.
—Yo quiero uno que sólo tenga tres.
—Bueno, sólo que le cortáramos una pata a Cleo —contestó la madre sin pensarlo».

-Los tres pies del gato (Tríptico del gato)

José Emilio Pacheco.

Para santiguarse.

Para santiguarse.

«Mientras nos contaba su historia en la pensión del apacible barrio de Parioli, Margarito Duarte quitó el candado y abrió la tapa del baúl primoroso. Fue así como el tenor Ribero Silva y yo participamos del milagro. No parecía una momia marchita como las que se ven en tantos museos del mundo, sino una niña vestida de novia que siguiera dormida al cabo de una larga estancia bajo la tierra. La piel era tersa y tibia, y los ojos abiertos eran diáfanos, y causaban la impresión insoportable de que nos veían desde la muerte. El raso y los azahares falsos de la corona no habían resistido al rigor del tiempo con tan buena salud como la piel, pero las rosas que le habían puesto en las manos permanecían vivas. El peso del estuche de pino, en efecto, siguió siendo igual cuando sacamos el cuerpo».

-La santa (Doce cuentos peregrinos)

Gabriel García Márquez.

Puericia mermada.

Puericia mermada.

• DESCANSAMOS LOS MARTES •

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LLUVIA.

Emilia tenía ya un buen rato esperando, incluso había comenzado a llover. Su padre le había pedido que esperara bajo aquel naranjo mientras él buscaba a Pedro, su hermano pequeño que corriendo tras un globo, se confundio entre la gente y no le vieron más. Las gotas heladas resbalaban por las mejillas de Emi, pero ella parecía impávida, quieta y serena. La gente a su alrededor caminaba insensible; otros más presurosos, corrían alejándose de todo y de nada. Todos sin prestarle mínima atención, indiferentes. Pedro siempre quiso un globo, y ese día tuvo la oportunidad, corrio tan rápido que ni Emilia, ni su padre pudieron ver el momento en que lleno de energía se lanzó por aquel globo amarillo. Brillante, vivo. Emilia comenzó a temer lo peor, hacía mucho que su padre se había ido y no volvía. De pronto, el ruido hueco de una moneda cayéndo en un valde, la sacó de sus pensamientos. Era la primer moneda del día. Allí estaba Emilia, con la cara manchada, sucia de tierra, de miedo, de obscuridad y de resentimiento. Un resentimiento que le brotaba por los ojos. Pedro era sólo un recuerdo en su cabeza, igual que el de su madre. Todo era una falsa idea para mutilar el odio que sentía por aquel hombre que un día la dejo ahí, bajo aquel naranjo, diciéndole que volvería. Ella estaba ahí, con el mismo vestido amarillo que el viento agitaba; inflándolo y sacudiéndole el polvo, la mugre. Ahí estaba, como diario, esperando una moneda. Con las mismas gotas crudas y heladas resbalando por sus mejillas, como si fueran lluvia.

Marco de Mendoza

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Candoroso.

Candoroso.

«—Señora, lléveme a su casa… —le supliqué a la de rosa. La señora se me quedó mirando, se echó unas mechas güeras hacia atrás y luego comenzó a reírse. Me dirigí a su hija que tenía unos ojos grandes y muy compadecidos—.
—Dígale a su mamacita que me lleve a su casa… no tengo casa, ando perdido y tengo mucho miedo. ¿No ve que ya está cayendo la noche?
La señora se agachó para divisarme bien y volvió a reírse con más ganas.
—¡Mira, pues estamos igual! Tampoco nosotras tenemos casa y también tenemos miedo —me dijo muy alegre—. ¡No le creí! ¿Cómo una señora tan güera y tan elegante no iba a tener casa? Agaché los ojos y vi unas hojitas caídas en el suelo, que en medio de las sombras brillaban como moneditas de oro y escuché decir a la colegiala:
—Es verdad, no tenemos casa… y tenemos miedo…
—No nos crees. ¿Cómo te llamas? —preguntó la señora.
—Faustino Moreno Rosas —contesté y se me olvidó aquello que le decía a mi señorita: «para servir a usted». Pues ¿de qué le iba yo a servir a esa señora y a su hija? ¡De estorbo!—
—Ando cansado, he caminado todo el santo día…
—También nosotras hemos venido a pie hasta acá —dijo la hija de la señora—.
—No nos crees, Faustino. ¡Pues ven con nosotras para que veas que no te engañamos! —dijo la señora—».

-El niño perdido (Andamos huyendo, Lola)

Elena Garro.

Infantilerías

Infantilerías

«’¡Mentiroso! ¡Mentiroso!’, me gritó usted papá, porque me salí del mundo y luego ordenó:
—¡Vete a ese rincón! ¡Híncate! Pon los brazos en cruz y pídele a Dios que te perdone tantísimas mentiras como has dicho esta triste noche en la que te esperamos sin esperanzas de volver a hallarte.
Y aquí estoy en el rincón, viendo mi sombra sobre la pared de adobe, con las rodillas y los brazos muy cansados, con mis tiritas de regalos tiradas en el suelo, oyendo cómo roncan mis padres, mientras yo estoy crucificado sólo porque vi las trescientas sesenta y cinco casas de Dios, vi a Marta y a María planchándole sus vestidos, vi a Santa Rita, a los remolinos de pájaros, a su altarcito para que recen, vi a las Once Mil Vírgenes todas chiquititas, cubiertas de flores sonrosadas, vi al Rey del Mundo que tuvo la atención de hacerme tantos regalos, vi al Hombre, escondido en el cerro con su carabina y que sólo sale para ver los huesos de los muertos Antiguos, que ahora me parece que él mismo los mató, vi a los Apóstoles y si no vi a Judas es porque ya se había huido y vi a san José… ¡Y aunque les pese, los vi y los vi y los vi!… Papá, no apague la vela. ¡Ya la apagó! Papá, no me diga mentiroso, porque los vi, los vi y los vi… por eso ahora estoy crucificado en este rincón oscuro…»

-El mentiroso (Andamos huyendo, Lola)

Elena Garro.