De nada han servido estos años de educarla en el valor del trabajo en lugar de la frivolidad, de confiar más en su juicio que en el de mis propias hijas mentecatas, de servirle de moderno ejemplo de mujer capaz, desenvuelta patrona sin consorte. De nada han servido: allá va la tonta de Cenicienta al baile (se cree que no la veo), a entregarle su engrilletada sumisión al principe que le ofrezca el primer baile.
Mientras Dorothy miraba con gran interés la extraña cara pintada del espantapájaros, se sorprendió al ver que uno de los ojos le hacía un lento guiño. Al principio creyó haberse equivocado, pues ningún espantapájaros de Kansas puede hacer guiños, pero a poco el muñeco la saludó amistosamente con un movimiento de cabeza. La niña descendió entonces de la cerca y fue hacia él, mientras que Toto daba vueltas alrededor del poste ladrando sin cesar. —Buenos días —dijo el Espantapájaros con voz algo ronca. —¿Hablaste? —preguntó la niña, muy extrañada. —Claro. ¿Cómo estás? —Muy bien, gracias —repuso cortésmente Dorothy—. ¿Y cómo estás tú? —No muy bien —sonrió el Espantapájaros—; es muy aburrido estar colgado aquí noche y día para espantar a los pájaros. —¿No puedes bajar? —No, porque tengo el poste metido en la espalda. Si me hicieras el favor de sacar esta madera, te lo agradeceré muchísimo. Dorothy levantó los brazos y retiró el muñeco del poste, pues, como estaba relleno de paja, no pesaba casi nada. —Muchísimas gracias —le agradeció el Espantapájaros cuando ella lo hubo colocado sobre el suelo—. Me siento como un hombre nuevo.
-El maravilloso mago de Oz.
(De cómo salvó Dorothy al Espantapájaros).
«—¡Cómo! —exclamé—. ¡Estamos prisioneros en una erupción! ¡La fatalidad nos ha lanzado por el camino de las lavas incandescentes, de las rocas ardientes, de las aguas hirviendo y de todas las materias eruptivas! ¡Vamos a ser empujados, expulsados, lanzados, vomitados por los aires con los trozos de roca, las lluvias de cenizas y de escoria, en un turbión de llamas! ¡Y eso es lo mejor que puede ocurrirnos! —Sí —respondió mi tío, mirándome por encima de sus gafas—, porque es la única probabilidad que tenemos de volver a la superficie de la tierra. [… ] Yo me preguntaba entonces cuál podría ser aquella montaña y en qué parte del mundo nos expulsaria».
«Al principio no vi nada; mis ojos, acostumbrados a la oscuridad, se deslumbraron y se cerraron bruscamente. Cuando pude abrirlos, me quedé más que maravillado, alucinado. —¡El mar! —exclamé. —Sí —respondió mi tío—, el mar Lidenbrock. No creo que ningún navegante me dispute el honor de haberlo descubierto ni el derecho de darle mi nombre. Un inmenso manto de agua, que podía ser el comienzo de un lago o de un océano, se extendía mas allá de lo que alcanzaba la vista. La playa, muy abierta, regalaba a las últimas ondulaciones de las olas una arena fina, dorada y llena de pequeñas conchas donde vivieron los primeros seres de la Creación. Las olas chocaban con ese murmullo sonoro particular que producen en todo lugar cerrado e inmenso; la espuma se levantaba con el soplo del viento y me salpicaba la cara. [… ] Era un verdadero océano con el mismo contorno de las playas terrestres, pero desierto y de un aspecto espantosamente salvaje».
«Habíamos salido con tiempo nublado, pero estable. No había que temer calores asfixiantes ni lluvias catastróficas. Un tiempo de turistas. El placer de recorrer a caballo un país desconicido me hacía fácil el comienzo de la aventura. Me entregaba por completo a la felicidad del excursionista, lleno de deseos y de libertad. Empecé a poner de mi parte en el asunto. «Después de todo —me decía yo—, ¿Qué peligro corro? ¿El de viajar en medio del país más interesante o escalar una montaña muy famosa? O, si se ponían mal las cosas, ¿bajar al fondo de un cráter apagado? En cuanto a las existencia de una galería que comunique con el centro del Globo, no es sino pura imaginación y pura imposibilidad. Por tanto, lo que haya de bueno en esta expedición hay que aprovecharlo sin escatimar.” Apenas acababa yo estos razonamientos, ya habíamos salido de Reykjawik. Hans marchaba a la cabeza, con paso rápido, regular y continuo. [… ] Islandia es una de las mayores islas de Europa, mide 1400 millas de superfície y no tiene mas que sesenta mil habitantes. Los geografos la han dividido en cuatro partes y teníamos que atravesar casi de refilón la que lleva el nombre de país del cuarto del suroeste, Sudvestr Fjordúngr».
Los lugres que habitamos nos dejan una huella imborrable, penetrable.
Son sitios que guardan recuerdos, experiencias y también uno que otro malestar
por olvidar.
Recorremos lugares con aprecio; maravillando la vista, llenando la mente y el corazón de recuerdos. Somos animales de costumbres y solemos acostumbrarnos fácilmente a aquellos sitios de beneplácito, donde, como bien dice la canción: ‘uno vuelve siempre…’
“[…] Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida. Y entonces comprende cómo están de ausentes las cosas queridas. Por eso muchacho, no partas ahora soñando el regreso, que el amor es simple
y a las cosas simples, las devora el tiempo…”
Comp. Julio C. Isella / Armando Tejeda.
Llena de razón la lírica de esta canción que, ya sea en voz de Mercedes Sosa o Chavela Vargas, no es sino poesía, en melodía que trastoca.
Cada espacio en nuestro tiempo guarda un lugar especial, del modo que
sea. Un lugar real o incluso, un lugar fantástico.
¿Cuál es su lugar favorito, ese al que volverían siempre, para amar la
vida?