«No hay duda, sin embargo, de que el veneno que usaba era la estricnina. En uno de los hermosos anillos que tanto lo enorgullecían, y que le servían para ostentar el fino modelado de sus manos marfileñas, acostumbraba llevar cristales de la nux vomita india, un veneno –nos dice uno de sus biógrafos– ‘casi insípido, y capaz de una disolución casi infinita’. Sus asesinatos, dice De Quincey, fueron más de los que se dieron a conocer judicialmente».
«Prometieron que los sueños pueden hacerse realidad, pero olvidaron mencionar que las pesadillas también son sueños».
Oscar Wilde.
Black Dahlia Matt LombardEx-Crucifixion Matt LombardMartyrs in purgatory Matt LombardThe black Zodiac Matt LombardDeliver us to evil Matt LombardSilenced Matt Lombard
«[… ] creo que si un hombre viviera su vida de manera total y completa, si diera forma a todo sentimiento, expresión a todo pensamiento, realidad a todo sueño…, creo que el mundo recibiría tal empujón de alegría que olvidaríamos todas las enfermedades del medievalismo y regresaríamos al ideal heleno; puede que incluso a algo más delicado, más rico que el ideal heleno. Pero hasta el más valiente de nosotros tiene miedo de sí mismo. La mutilación del salvaje encuentra su trágica supervivencia en la autorrenuncia que desfigura nuestra vida. Se nos castiga por nuestras negativas. Todos los impulsos que nos esforzamos por estrangular se multiplican en la mente y nos envenenan. Que el cuerpo peque una vez, y se habrá librado de su pecado, porque la acción es un modo de purificación. Después no queda nada, excepto el recuerdo de un placer o la voluptuosidad de un remordimiento. La única manera de librarse de la tentación es ceder ante ella. Si se resiste, el alma enferma, anhelando lo que ella misma se ha prohibido, deseando lo que sus leyes monstruosas han hecho monstruoso e ilegal. Se ha dicho que los grandes acontecimientos del mundo suceden en el cerebro. Es también en el cerebro, y sólo en el cerebro, donde se cometen los grandes pecados. Usted, señor Gray, usted mismo, todavía con las rosas rojas de la juventud y las blancas de la infancia, ha tenido pasiones que le han hecho asustarse, pensamientos que le han llenado de terror, sueños y momentos de vigilia cuyo simple recuerdo puede teñirle las mejillas de verguenza…».
«[… ] Entonces el fantasma habló de nuevo con una voz que resonaba como los suspiros del viento: —¿Ha leído usted alguna vez la antigua profecía que hay sobre las vidrieras de la biblioteca? —¡Oh, muchas veces! —exclamó la muchacha levantando los ojos—. La conozco muy bien. Está pintada con unas curiosas letras negras y se lee con dificultad. No tiene más que estos seis versos:
Cuando una joven rubia logre hacer brotar una oración de los labios del pecador, cuando el almendro estéril dé fruto y un pequeño deje correr su llanto, entonces, toda la casa quedará tranquila y volverá la paz a Canterville.
Pero no sé lo que significan. —Significan que tiene usted que llorar conmigo mis pecados, porque no tengo lágrimas, y que tiene usted que rezar conmigo por mi alma, porque no tengo fe, y entonces, si ha sido usted siempre dulce, buena y cariñosa, el ángel de la muerte se compadecerá de mí. Verá usted seres terribles en las tinieblas y voces malignas susurrarán en sus oídos, pero no podrán hacerle ningún daño, porque contra la pureza de una niña no pueden nada las potencias infernales. Virginia no contestó y el fantasma retorcióse las manos en la violencia de su desesperación, sin dejar de mirar la rubia cabeza inclinada. De pronto se irguió la joven, muy pálida, con un fulgor extraño en los ojos. —No tengo miedo —dijo con voz firme— y rogaré al ángel que se apiade de usted».
«—Mi enanito se está haciendo el desobediente —gritó la infanta—. ¡Levántenlo y díganle que baile! Los caballeros sonrieron entre sí y entraron sin prisa. Al llegar junto al enanito, don Pedro se inclinó y lo golpeó suavemente en la mejilla con su guante bordado. —Baila ya, petite montre —dijo—. La infanta de España y de todas las Indias quiere que la diviertas. Pero el enano permaneció inmóvil. —Habrá que hacer venir al verdugo —dijo enojado don Pedro. Pero el chambelán, que miraba la escena con rostro grave, se arrodilló junto al enanito y le puso la mano sobre el corazón. Después de un momento se encogió de hombros y levantándose, hizo una profunda reverencia a la infanta diciendo: —Mi bella princesa, tu enanito no volverá a bailar. Y es lamentable, porque es tan feo, que con seguridad habría hecho reír al propio rey. —¿Y por qué no volverá a bailar? —Preguntó la infanta con un aire de decepción. —Porque su corazón se ha roto —Contestó el chambelán. Y la infanta frunció el ceño, y sus finos labios se contrajeron en un delicioso gesto de fastidio. —De ahora en adelante —exclamó echando a correr al jardín—, procura que los que vengan a jugar conmigo no tengan corazón».