El placer de ser.

El placer de ser.

Había entrado en el convento por imposición de la familia: querían verla amparada en el seno de Dios. Obedeció.
Pero empezó a cansarse de vivir sólo entre mujeres. Mujeres, mujeres, mujeres. Escogió a una amiga como confidente. Le dijo que no aguantaba más. La amiga le aconsejó: —Mortifica el cuerpo.
Comenzó a dormir en la losa fría. Y se fustigaba con el cilicio. De nada servía. Le daban fuertes gripes, quedaba toda arañada. Un día, a la hora del almuerzo, empezó a llorar. No le explicó la razón a nadie. Ni ella sabía por qué lloraba. Y de ahí en adelante vivía llorando. A pesar de comer poco, engordaba. Y tenía ojeras moradas. Su voz, cuando cantaba en la iglesia, era de contralto.
Se confesó con el padre. Él le mandó que siguiera mortificándose. Ella continuó.
Hasta que le dijo al padre en el confesionario:
—¡No aguanto más, juro que ya no aguanto más! Él le dijo meditativo: —Es mejor no casarse. Pero es mejor casarse que arder.

-Mejor que arder

Clarice Lispector.

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Suplicio infame.

Suplicio infame.

—¡Mírame, coronel! —pidió él—. Ya no valgo nada. No tardaré en morirme solito, de viejo. ¡No me mates…!
—¡Llévenselo! —volvió a decir la voz de adentro.—…Ya he pagado, coronel. He pagado muchas veces. Todo me lo quitaron. Me castigaron de muchos modos. Me he pasado cosa de cuarenta años escondido como un apestado, siempre con el pálpito de que en cualquier rato me matarían. No merezco morir así, coronel. Déjame que, al menos, el Señor me perdone. ¡No me mates! ¡Diles que no me maten!
Estaba allí, como si lo hubieran golpeado, sacudiendo su sombrero contra la tierra. Gritando.
En seguida la voz de allá adentro dijo:
—Amárrenlo y denle algo de beber hasta que se emborrache para que no le duelan los tiros.

-¡Diles que no me maten!

Juan Rulfo.

Minientrada

Insumisos primarios.

• MINIFICCIÓN •

La joven pareja y el casero.

Isidro Moreno

Descubrieron ignotos y prohibidos placeres. Como consecuencia fueron expulsados por el bonachón de su casero.
Aquello tenía nuevos inconvenientes no previstos, pues suponía que debían buscarse el sustento diario. Además descubrieron y cataron la acritud de la vida, sin embargo, no se arrepentían de su decisión. Ambos se habían aburrido de aquel paraíso y de la monotona felicidad eterna.
Almenos ahora, los días son más animados. A menudo recuerda con nostalgia los viejos tiempos y, con el pequeño Caín en sus brazos, Eva maldice a la serpiente, pero presiente el inicio de una fructífera humanidad.

Bravata.

Bravata.

• MINIFICCIÓN •

IMPACIENCIA

FERNANDO MORANTE

Era nuestro sueño, estar siempre juntos. No separarnos jamás. Sin embargo he de decirte que desde que paso aquello, tu actitud me disgusta. La veo del todo inconveniente y algo indecorosa. Sin ir más lejos, la semana pasada rompiste los frenos de mi coche, hace dos días echaste lejía en mi botella de agua y hoy has aflojado los tornillos de la barandilla del balcón. Es cierto, te prometí estar siempre juntos, pero yo no tengo la culpa de que tú fallecieras primero. No seas impaciente.