Celestes espejismos.

Celestes espejismos.

«Dicen que mi padre la bautizó rápidamente y que estuvo horas enteras frente a su cunita sin aceptar su muerte. Nadie pudo convencerlo de que debía enterrarla. Llevó su empeño insensato hasta esconderla en aquel pomo de chiles que yo descubrí un día en el ropero, el cual estaba protegido por un envase carmesí de forma tan extraña que el más indiferente se sentía obligado a preguntar de qué se trataba».

Historia de Mariquita.

Guadalupe Dueñas.

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Como perdonando al viento.

Como perdonando al viento.

«Este verano hemos tenido que ir juntos a la playa. Nunca olvidaré su cara cuando, en el garage de la casa, le tendí las llaves del coche, como si tal cosa, como siempre, como si todavía estuviésemos viviendo dentro de ese siempre que se había agotado. Por un momento pensé que iba a derrumbarse de pura gratitud, pero enseguida se recompuso, buscó en la americana sus gafas de sol, ajustó asiento y espejos, dejó a manos sus chicles y sus puritos y arrancó el motor».

Vamos allá.

Carlos Castán.

Ahora ya caminas lento.

Ahora ya caminas lento.

«Hubo un verano que pintó el poste de amarillo chillón. Aquel invierno lo cubrió de hisopos de algodón para darle abrigo y le dio al poste retoños, clavando por el patio seis estaquitas con sus correspondientes travesaños de palo. Tendió cordel entre el poste y los palos y fijó con cinta adhesiva cartas de perdón, reconocimientos de culpa, súplicas para ser comprendido, todo escrito con una letra desquiciada sobre tarjetas de cartulina».

Palos.

George Saunders.

Hoy tengo que decirte papá.

Hoy tengo que decirte papá.

• DESCANSAMOS LOS MARTES •

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Puerta del ser: Abre tu ser, despierta / aprende a ser también, labra tu cara / trabaja tus facciones, ten un rostro / para mirar mi rostro y que te mire / para mirar la vida hasta la muerte.

Piedra de sol. Octavio Paz.

El Heredero

Quisiera el cielo que el canto que / me inspira / siempre sus ojos con amor lo vean, / y de todos los versos de mi lira / estos dignos de su nombre sean. ¹
Podrá nublarse el soleternamente; / podrá secarse en un instante el mar; / podrá romperse el eje de la tierra / como un débil cristal. / ¡Todo sucederá! Podrá la muerte / cubrirme con su fúnebre crespón; / pero jamás en mí podrá apagarse / la llama de tu amor. ²

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¹ Mi Padre, Juan De Dios Peza.

² Amor eterno, Gustavo Adolfo Bécquer.

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Derrengar.

Derrengar.

«—Dame agua.
Tengo mucha sed y mucho sueño.
—Me acuerdo cuando naciste. Así eras entonces.
Despertabas con hambre y comías para volver a dormirte. Y tu madre te daba agua, porque ya te habías acabado la leche de ella. No tenías llenadero. Y eras muy rabioso. Nunca pensé que con el tiempo se te fuera a subir aquella rabia a la cabeza… Pero así fue. Tu madre, que descanse en paz, quería que te criaras fuerte. Creía que cuando tú crecieras irías a ser su sostén. No te tuvo más que a ti. El otro hijo que iba a tener la mató. Y tú la hubieras matado otra vez si ella estuviera viva a estas alturas.
Sintió que el hombre aquel que llevaba sobre sus hombros dejó de apretar las rodillas y comenzó a soltar los pies, balanceándolo de un lado para otro. Y le pareció que la cabeza; allá arriba, se sacudía como si sollozara.
Sobre su cabello sintió que caían gruesas gotas, como de lágrimas».

-¿No oyes ladrar a los perros?

Juan Rulfo.

Vaticinio furtivo.

Vaticinio furtivo.

«Lo mejor sería que se llevara a su papá de este lugar, le dice una de las mujeres al oído. B pide otro tequila. No puedo, dice. La mujer le mete la mano por debajo de la camisa holgada y con dibujos hawaianos. Está comprobando si voy armado, piensa B. Los dedos de la mujer suben por su pecho y se enroscan alrededor de su tetilla izquierda. Se la aprieta. Eh, dice B. ¿No me crees?, dice la mujer. ¿Qué va a pasar?, dice B. Algo malo, dice la mujer. ¿Como cuánto de malo?, dice B. No lo sé, pero yo que tú me largaría. B sonríe y la mira a los ojos por primera vez: vente con nosotros, le dice mientras bebe un trago de tequila. Ni que estuviera loca, dice la mujer».

-Últimos atardeceres en la tierra (Putas asesinas).

Roberto Bolaño