Encierros personales.

Encierros personales.

«Y puesto que no hay nada más solitario que un hombre sin alma, así ocurría que la soledad circundaba a los hombres y les impedía comunicarse. Prueba de ello era lo ocurrido con ellos tres. Individuos desalmados, quizás habrían querido sentirse hermanados y vecinos; y en cambio, debido a la falta de un alma que los uniera, permanecían encerrados en sus individualidades como los antiguos caballeros en sus corazas de hierro. Y se veían reducidos a realizar siempre los mismos gestos, Mostallino a experimentar y a burlarse, él a moralizar, Mónica a lanzarse hambrienta sobre los hombres».

-La soledad

Alberto Moravia

Anuncio publicitario
Minientrada

Tú estás, siempre en mi mente.

• CITA CON EL SÉPTIMO ARTE •

La Diosa Fortuna

Ferzan Ôzpetek
2019, Italia

🎬 🎥


—La diosa de la fortuna tiene un secreto.
Un truco de magia. ¿Lo saben?
¿Cómo haces para estar siempre junto a tus seres queridos?, ¿quién lo sabe? Es fácil. Debes mirarlos muy fijamente. Robas su imagen, cierras rápido los ojos con fuerza y mientras los tienes bien cerrados, la imagen de esa persona bajará hasta tu corazón, y desde ese momento, esa persona estará contigo siempre y para siempre.

Sandro
(Edoardo Brandi)

Presagios por venir.

Presagios por venir.

«La gitana le decía que dejase obrar a las mujeres. Dos mujeres, una conocida y una desconocida, se lo disputaban y se vigilaban entre sí. Sus rivales estaban ya derrotados desde el principio. Una carta estaba volando hacia él. Una enfermedad cambiaría su suerte. A la suerte, además, basta con interrogarla para que se apresure. En ese mismo momento estaban contando una suma que le estaba destinada y una mujer soñaba con sus besos».

-La gitana

Cesare Pavese.

Nomás nos queda esta noche.

Nomás nos queda esta noche.

«La colina estaba al fondo de las calles, oscurecida y acercada por la sombra creciente. Vi alféizares bajo la lluvia y portales que había visto siempre al sol. Todo estaba fresco y próximo, y verdaderamente esta vez mi ciudad estaba desierta. Crucé muchas plazas. Cuando regresé, enamorado y pensando en las calles del día siguiente, encontré el cuarto vacío, y así estuvo hasta la noche. Me acerqué entonces a la ventana. Todavía estuvimos juntos muchos días, mientras duró la estación, pero ambos sabíamos que todo acabaría al entrar el otoño. Y así fue, en efecto».

-El verano

Cesare Pavese.

Reloj, detén el tiempo, te pido.

Reloj, detén el tiempo, te pido.

«No podía creer que los viejos, que duermen poco, pasaran las horas en vela, y especialmente las del alba, rememorando el pasado. Estar despierto significa pensar y vivir, esperar la luz y divagar. Aunque fueran viejos y duchos a un tiempo, sus sentidos endurecidos y su sangre espesa deberían tener mucha más necesidad del choque y el revoltijo de la vida. Esta vida estaba hecha de rostros y de cosas, de estallidos, de voces, era un incesante encuentro, un movimiento que no había pasado. No entendía cómo alguien se podía detener dócilmente, aunque fuera por saciedad, y abandonarse como ellos a los recuerdos. Eso significaba sentir el tiempo, y la muerte».

-El tiempo

Cesare Pavese

Cuestión de temple.

Cuestión de temple.

«El ojo del amo. Él era sólo un ojo. Pero ¿para qué sirve un ojo, un ojo solo, separado de todo? Ni siquiera ve. Claro que si su padre hubiera estado allí habría cubierto a los hombres de insultos, habría encontrado el trabajo mal hecho, lento, la cosecha arruinada. Casi se sentía la necesidad de los gritos de su padre por aquellos bancales. Él no les gritaría nunca a los hombres, y los hombres lo sabían, por eso seguían trabajando sin darse prisa. Sin embargo era seguro que preferían a su padre, su padre que los hacía sudar, su padre que hacía plantar y recoger el grano en aquellas cuestas para cabras, su padre que era uno de ellos. Él no, él era un extraño que comía gracias al trabajo de ellos, sabía que lo despreciaban, tal vez lo odiaban».

–El ojo del amo

Italo Calvino.

Inservibles.

Inservibles.

«Mi hermano llega tarde al almuerzo y comemos los dos en silencio. Nuestros padres discuten siempre sobre gastos e ingresos y deudas, y sobre qué hacer para seguir adelante con dos hijos que no ganan nada, y nuestro padre dice: «Fijaos en vuestro amigo Costanzo, fijaos en vuestro amigo Augusto». Porque nuestros amigos no son como nosotros: han formado una sociedad para la compraventa de bosques de leña y viajan siempre comerciando y contratando, incluso con nuestro padre, y ganan un montón de dinero y pronto tendrán camión. Son unos tramposos y mi padre lo sabe, pero le gustaría que fuéramos como ellos y no como somos: «Vuestro amigo Costanzo ha ganado mucho con ese negocio», dice. «¿Por qué no tratáis de meteros vosotros?». Nosotros con nuestros amigos salimos a pasear, pero negocios no nos proponen: saben que somos unos holgazanes y que no servimos para nada».

-Los hijos holgazanes

Italo Calvino.

Naturaleza, un regalo.

Naturaleza, un regalo.

«Cuando volvió a la cocina, Libereso no estaba. Ni dentro ni al pie de la ventana. Maria-nunziata se acercó al vertedero. Entonces vio la sorpresa.
En el escurridor, en cada plato, saltaba una ranita, una culebra se enroscaba dentro de una cacerola, había una sopera llena de lagartijas y los caracoles babosos dejaban estelas irisadas en la cristalería. En el barreño lleno de agua nadaba el viejo y solitario pez rojo.
Maria-nunziata dio un paso atrás y vio entre sus pies un sapo, un gran sapo. Pero debía de ser una hembra porque la seguía toda una camada, cinco sapitos en fila que avanzaban a pequeños saltos por las baldosas blancas y negras».

-Una tarde, Adan.

Italo Calvino.

Aires venturosos.

Aires venturosos.

«—Ah, por eso… por eso…
Los demás no podían verlo, no podían sentirlo en su interior, porque aún estaban tan dentro de la vida. Él, que ya casi estaba fuera de ella, lo había visto, lo había sentido en ellos. Por eso, aquella mañana, la niña no sólo temblaba, palpitaba; por eso la nuera se reía y se vanagloriaba tanto de su pelo; por eso aquella sirvienta suspiraba, por eso todos tenían aquel aire insólito y nuevo, sin saberlo.
Había llegado la primavera».

-Hilo de aire.

Luigi Pirandello.