Reloj, detén el tiempo, te pido.

Reloj, detén el tiempo, te pido.

«No podía creer que los viejos, que duermen poco, pasaran las horas en vela, y especialmente las del alba, rememorando el pasado. Estar despierto significa pensar y vivir, esperar la luz y divagar. Aunque fueran viejos y duchos a un tiempo, sus sentidos endurecidos y su sangre espesa deberían tener mucha más necesidad del choque y el revoltijo de la vida. Esta vida estaba hecha de rostros y de cosas, de estallidos, de voces, era un incesante encuentro, un movimiento que no había pasado. No entendía cómo alguien se podía detener dócilmente, aunque fuera por saciedad, y abandonarse como ellos a los recuerdos. Eso significaba sentir el tiempo, y la muerte».

-El tiempo

Cesare Pavese

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Superchería.

Superchería.

«—Mira, esas velas que ves son las vidas de los hombres. Las grandes son las vidas de los niños; las medianas son las vidas de los cónyuges, y las pequeñas las de los ancianos. Pero hay también niños y jóvenes que no tienen más que una velita pequeña. —¡Dime cuál es mi luz! —dijo el médico, pensando que era todavía una vela bien grande—. Y la Muerte le enseñó un cabito de vela, casi consumido: —Ahí la tienes. —¡Ay, madrina, madrina mía! ¡Enciéndeme una luz nueva! ¡Por favor, hazlo por mí! ¡Mira que todavía no he disfrutado de la vida, que me van a hacer rey y me voy a casar con la princesa! —No puede ser, dijo la Muerte. —No puedo encender una luz mientras no se haya apagado otra. —¡Pues enciende una vela nueva con la que se está apagando! —suplicó el médico—. La Muerte hizo como si fuera a obedecerle; llevó una vela nueva y larga. Pero como quería vengarse, a sabiendas tiró el cabito de vela al suelo, y la lucecita se apagó. Y en el mismo momento, el médico se cayó al suelo, y dio entonces en manos de la Muerte».

-La Muerte madrina

Jacob y Wilhelm Grimm.

𝑳𝑬 𝑪𝑶𝑹𝑨𝑮𝑬.

𝑳𝑬 𝑪𝑶𝑹𝑨𝑮𝑬.

—¡No te atrevas a morder a Toto! ¡Deberías avergonzarte! ¡Tan grande y queriendo abusar de un perro tan chiquito!
—No lo mordí —protestó el León, mientras se acariciaba la nariz dolorida.
—No, pero lo intentaste —repuso ella—. No eres otra cosa que un cobarde.
—Ya lo sé —contestó el León, muy avergonzado—.
Siempre lo he sabido. ¿Pero cómo puedo evitarlo?
—No me lo preguntes a mí. ¡Pensar que atacaste a un pobre hombre relleno de paja como el Espantapájaros!
—¿Está relleno de paja? —inquirió el León con gran sorpresa, mientras la observaba levantar al Espantapájaros ponerlo de pie y darle forma de nuevo.
—Claro que sí —dijo Dorothy, todavía enfadada. —¡Por eso cayó tan fácilmente! —exclamó el León—. Me asombró verlo girar así ¿Este otro también está relleno de paja?
—No; está hecho de hojalata —contestó Dorothy, ayudando al Leñador a ponerse de pie.
—Por eso me desafilo las garras. Cuando rasqué esa lata, me estremecí todo. ¿Qué animal es ese que tanto quieres?
—Es Toto, mi perro.
—¿Es de hojalata o está relleno de paja?
—Ninguna de las dos cosas. Es un… un… perro de carne y hueso.

-El maravilloso Mago de Oz
(El León cobarde)

Lyman Frank Baum.

Acritud.

Acritud.

«Una noche en que volvía a casa completamente embriagado, después de una de mis correrías por la ciudad, me pareció que el gato evitaba mi presencia. Lo alcé en brazos, pero, asustado por mi violencia, me mordió ligeramente en la mano. Al punto se apoderó de mí una furia demoníaca y ya no supe lo que hacía. Fue como si la raíz de mi alma se separara de golpe de mi cuerpo; una maldad más que diabólica, alimentada por la ginebra, estremeció cada fibra de mi ser. Sacando del bolsillo del chaleco un cortaplumas, lo abrí mientras sujetaba al pobre animal por el pescuezo y, deliberadamente, le hice saltar un ojo. Enrojezco, me abraso, tiemblo mientras escribo tan condenable atrocidad.

-El gato negro

Edgar Allan Poe.