—¡No te atrevas a morder a Toto! ¡Deberías avergonzarte! ¡Tan grande y queriendo abusar de un perro tan chiquito! —No lo mordí —protestó el León, mientras se acariciaba la nariz dolorida. —No, pero lo intentaste —repuso ella—. No eres otra cosa que un cobarde. —Ya lo sé —contestó el León, muy avergonzado—. Siempre lo he sabido. ¿Pero cómo puedo evitarlo? —No me lo preguntes a mí. ¡Pensar que atacaste a un pobre hombre relleno de paja como el Espantapájaros! —¿Está relleno de paja? —inquirió el León con gran sorpresa, mientras la observaba levantar al Espantapájaros ponerlo de pie y darle forma de nuevo. —Claro que sí —dijo Dorothy, todavía enfadada. —¡Por eso cayó tan fácilmente! —exclamó el León—. Me asombró verlo girar así ¿Este otro también está relleno de paja? —No; está hecho de hojalata —contestó Dorothy, ayudando al Leñador a ponerse de pie. —Por eso me desafilo las garras. Cuando rasqué esa lata, me estremecí todo. ¿Qué animal es ese que tanto quieres? —Es Toto, mi perro. —¿Es de hojalata o está relleno de paja? —Ninguna de las dos cosas. Es un… un… perro de carne y hueso.