«Para todos tiene la muerte una mirada. Vendrá la muerte y tendrá tus ojos. Será como dejar un vicio, como ver en el espejo asomar un rostro muerto, como escuchar un labio ya cerrado. Mudos, descenderemos al abismo».
«La gitana le decía que dejase obrar a las mujeres. Dos mujeres, una conocida y una desconocida, se lo disputaban y se vigilaban entre sí. Sus rivales estaban ya derrotados desde el principio. Una carta estaba volando hacia él. Una enfermedad cambiaría su suerte. A la suerte, además, basta con interrogarla para que se apresure. En ese mismo momento estaban contando una suma que le estaba destinada y una mujer soñaba con sus besos».
«La colina estaba al fondo de las calles, oscurecida y acercada por la sombra creciente. Vi alféizares bajo la lluvia y portales que había visto siempre al sol. Todo estaba fresco y próximo, y verdaderamente esta vez mi ciudad estaba desierta. Crucé muchas plazas. Cuando regresé, enamorado y pensando en las calles del día siguiente, encontré el cuarto vacío, y así estuvo hasta la noche. Me acerqué entonces a la ventana. Todavía estuvimos juntos muchos días, mientras duró la estación, pero ambos sabíamos que todo acabaría al entrar el otoño. Y así fue, en efecto».
«No podía creer que los viejos, que duermen poco, pasaran las horas en vela, y especialmente las del alba, rememorando el pasado. Estar despierto significa pensar y vivir, esperar la luz y divagar. Aunque fueran viejos y duchos a un tiempo, sus sentidos endurecidos y su sangre espesa deberían tener mucha más necesidad del choque y el revoltijo de la vida. Esta vida estaba hecha de rostros y de cosas, de estallidos, de voces, era un incesante encuentro, un movimiento que no había pasado. No entendía cómo alguien se podía detener dócilmente, aunque fuera por saciedad, y abandonarse como ellos a los recuerdos. Eso significaba sentir el tiempo, y la muerte».