Edad de hombre.

Edad de hombre.

«A los veinte, aunque te fumes el bosque entero y no hagas ejercicios, siempre estarás en forma para ellas. A los treinta, tus amigos, en esas reuniones de amigos, hablan de la edad, de las arrugas que vinieron, de las barrigas que crecieron, del tiempo que pasó y de los cielos que nunca pudieron alcanzar. Seres terrestres suelen ser los que tienen treinta: van en auto, tienen casa y corren por el parque todas las mañanas. Los de veinte, por el contrario, van por aire a todas partes: trepan a la azotea del edificio más alto, encienden un cigarrillo feliz y miran desde esa altura y con extrañeza a los que, abajo, en la calle, han pisado tierra al saber que los 20 ya habían terminado».

-La edad de los aguafiestas

Marco Avilés.

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Cabeza de hombre.

Cabeza de hombre.

«Cuando se tiene la costumbre de cortejar a las mujeres es difícil advertir que el tiempo ha pasado y que las mujeres te miran como a un padre o, lo que es peor, como a un abuelo. Y es difícil sobre todo porque cualquier hombre maduro tiene en el interior de su cabeza otra cabeza; la cabeza de fuera tiene arrugas, pelo gris, dientes careados, ojeras; en cambio, la cabeza de dentro se le ha quedado como cuando era joven, con cabellos negros y tupidos, un rostro liso, dientes blancos y ojos vivos. Y la cabeza de dentro es la que mira con deseo a las mujeres, pensando que se la ve. En cambio, las mujeres ven la cabeza de fuera y dicen: “¿Qué querrá ese viejo verde? ¿No se da cuenta de que podría ser mi abuelo?”».

-Viejo estúpido

Alberto Moravia.

Distantes constantes.

Distantes constantes.

• DESCANSAMOS LOS MARTES •

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SOMOS

Tú y yo somos una esquirla que el viento lanzó al mundo un templado día de octubre; estrepitoso y voraz, caótico, poderoso y tenaz. Una esquirla que se sobrepone, se luce y se agranda. No daña, contempla.
Somos un camino. Un camino de arbustos suaves y enramados que atrapan ventarrones, malesas. Que salpican piedad y reparten bondad.
Somos la unión que no se contempla, que nadie espera; la risa suave que despierta en la mañana y alumbra los días pesarosos.
Somos alma y sueños. Distantes constantes y briosos empeñosos. Somos todo cuanto existe, somos un comienzo que no acaba. Un final que ya no existe.

Marco de Mendoza

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Un nuevo orden.

Un nuevo orden.

• SERIALES •

HOUSE OF THE DRAGON

Princess Rhaenys (Eve Best)

—Ya sea con mi hija o con alguien más, tu padre volverá a casarse, tarde o temprano. Su nueva esposa le dará nuevos herederos y las posibilidades es que uno de ellos sea varón. Cuando llegué a la edad, tu padre haya fallecido, los hombres el reino esperaran que él sea el heredero, no tú. Porque ese es el orden de las cosas.

Princess Rhaenyra (Milly Alcock)

—Cuando sea reina, crearé un nuevo orden.

Princess Rhaenys (Eve Best)

—Desearía que así fuera Rhaenyra. Pero los hombres del reino ya tuvieron su oportunidad de nombrar a una reina regente en el Gran Consejo y se lo negaron.

Princess Rhaenyra (Milly Alcock)

—Se lo negaron a usted, princesa Rhaenys. La reina que nunca fue. Pero se arrodillaron ante mí y me llamaron «heredera al trono».

Princess Rhaenys (Eve Best)

—¿Le recordaste eso a los hombres de tu padre al llenar sus copas? Esta es la dura verdad que nadie más se atreve a decirte. Los hombres preferirán ver que el trono arda antes que dejar que una mujer ascienda al trono de hierro. Y tu padre no es un tonto.

Garantías de Felicidad.

Garantías de Felicidad.

«Y, por último, veía aparecer en el marco de la puerta que da a las habitaciones interiores una especie de aparición, la novia, cuyas facciones apenas se divisan bajo la nubecilla del tul, y que pasa haciendo crujir la seda de su traje, mientras en su pelo brilla, como sembrado de rocío, la roca antigua del aderezo nupcial… Y ya la ceremonia se organiza, la pareja avanza conducida con los padrinos, la cándida figura se arrodilla al lado de la esbelta y airosa del novio… Apíñase en primer término la familia, buscando buen sitio para ver amigos y curiosos, y entre el silencio y la respetuosa atención de los circunstantes… el obispo formula una interrogación, a la cual responde un «no» seco como un disparo, rotundo como una bala. Y -siempre con la imaginación- notaba el movimiento del novio, que se revuelve herido; el ímpetu de la madre, que se lanza para proteger y amparar a su hija; la insistencia del obispo, forma de su asombro; el estremecimiento del concurso; el ansia de la pregunta transmitida en un segundo: «¿Qué pasa? ¿Qué hay? ¿La novia se ha puesto mala? ¿Que dice «no»? Imposible… Pero ¿es seguro? ¡Qué episodio!…»

El encaje roto, Emilia Pardo Bazán.