Cabeza de hombre.

Cabeza de hombre.

«Cuando se tiene la costumbre de cortejar a las mujeres es difícil advertir que el tiempo ha pasado y que las mujeres te miran como a un padre o, lo que es peor, como a un abuelo. Y es difícil sobre todo porque cualquier hombre maduro tiene en el interior de su cabeza otra cabeza; la cabeza de fuera tiene arrugas, pelo gris, dientes careados, ojeras; en cambio, la cabeza de dentro se le ha quedado como cuando era joven, con cabellos negros y tupidos, un rostro liso, dientes blancos y ojos vivos. Y la cabeza de dentro es la que mira con deseo a las mujeres, pensando que se la ve. En cambio, las mujeres ven la cabeza de fuera y dicen: “¿Qué querrá ese viejo verde? ¿No se da cuenta de que podría ser mi abuelo?”».

-Viejo estúpido

Alberto Moravia.

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Los labios resecos.

Los labios resecos.

«Tanto mejor para la suegra que, en una de esas noches, al compartir la cama, abrazó a su yerno con delicadeza. Él dormido –¡qué bueno!–, indefenso, extraviado. O sea: ¿qué tal si envalentonada lo acariciaba; sólo una caricia larga, pues, más sensual?, con tiento obsceno (muy poco), no esperando mínima respuesta. El plan de Carlota se calentaba a fuego lento. Tenía que percibir el letargo súpito de su yerno, que un mimo lascivo fuese parte de un figureo fugaz del sueño de él. El plan se redondeó, la espera. Así, por ahí por la madrugada ¡a darle suavemente!».

Un cúmulo de preocupaciones que se transforma.

Daniel Sada.

El vivir sin remedio.

El vivir sin remedio.

«Su vida parecía un perpetuo decurso lleno de irregularidades e insuficiencias. Y así de continuo los intentos, así la fe en sí mismo y el humus de las abstracciones resultantes, pero: lo craso: a las primeras de cambio Gastón se decepcionaba de lo que a usted se le ocurra, tenía ese privilegio, debido a que contaba con el apoyo incondicional de su familia».

Atrás quedó lo disperso.

Daniel Sada.