Todo es distante en el Desierto.

Todo es distante en el Desierto.

«Sólo queda en mención un cuadro a la deriva, en realidad el seco resultado lastimero que desdice papeles: una pastelería de desperdicios y un mezcla de hedores agridulces que el aire del desierto arrastraba despacio removiendo también algunas trizas. Un vaho de pestilencia como fruto mendaz de lo que no sería sino ilusión y tregua todavía por cumplirse. Pero ni un alma aquí ni en perspectiva dentro del panorama desgraciado, solamente de hinojos y casi en engarruñe estaba Juan Ruperto llorando inconsolable como un niño que ha recibido golpes sin piedad de un padre gordinflón: de brazos chuletones… Quienes lo vieron hecho un estropicio, desde alguna ventana o varias: lejos, ahora andan diciendo que nunca antes en Charcos de Risa habían visto a un fulano llorar tanto: Fue un llanto muy ruidoso y duradero, aunque es puro decir, porque el día que siguió más bien fue casi nulo: la gente durmió en grande, o sea: ¡a la fregada todos los trabajos!
Por lo demás, ¡caray!, el mundo continuaba… ¿O renacía tal vez?
Mera casualidad o mero pasatiempo».

La averiguata, Daniel Sada.


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Los labios resecos.

Los labios resecos.

«Tanto mejor para la suegra que, en una de esas noches, al compartir la cama, abrazó a su yerno con delicadeza. Él dormido –¡qué bueno!–, indefenso, extraviado. O sea: ¿qué tal si envalentonada lo acariciaba; sólo una caricia larga, pues, más sensual?, con tiento obsceno (muy poco), no esperando mínima respuesta. El plan de Carlota se calentaba a fuego lento. Tenía que percibir el letargo súpito de su yerno, que un mimo lascivo fuese parte de un figureo fugaz del sueño de él. El plan se redondeó, la espera. Así, por ahí por la madrugada ¡a darle suavemente!».

Un cúmulo de preocupaciones que se transforma.

Daniel Sada.

La hora del sueño.

La hora del sueño.

«El juego se llevó a cabo en el llano que está hacia la orilla sur, por el rumbo del panteón. Siempre: se utilizaba una bola porque era la costumbre, o mas bien, para evitar despilfarro. Poca gente se dio cita: unos ocho sombrerudos que llevaban lonche y soda. Estos: sentáronse en unas piedras. Ni siquiera vendedores ambulantes por ahí».

Cualquier altibajo.

Daniel Sada.

El vivir sin remedio.

El vivir sin remedio.

«Su vida parecía un perpetuo decurso lleno de irregularidades e insuficiencias. Y así de continuo los intentos, así la fe en sí mismo y el humus de las abstracciones resultantes, pero: lo craso: a las primeras de cambio Gastón se decepcionaba de lo que a usted se le ocurra, tenía ese privilegio, debido a que contaba con el apoyo incondicional de su familia».

Atrás quedó lo disperso.

Daniel Sada.