Edad de hombre.

Edad de hombre.

«A los veinte, aunque te fumes el bosque entero y no hagas ejercicios, siempre estarás en forma para ellas. A los treinta, tus amigos, en esas reuniones de amigos, hablan de la edad, de las arrugas que vinieron, de las barrigas que crecieron, del tiempo que pasó y de los cielos que nunca pudieron alcanzar. Seres terrestres suelen ser los que tienen treinta: van en auto, tienen casa y corren por el parque todas las mañanas. Los de veinte, por el contrario, van por aire a todas partes: trepan a la azotea del edificio más alto, encienden un cigarrillo feliz y miran desde esa altura y con extrañeza a los que, abajo, en la calle, han pisado tierra al saber que los 20 ya habían terminado».

-La edad de los aguafiestas

Marco Avilés.

Anuncio publicitario
Cabeza de hombre.

Cabeza de hombre.

«Cuando se tiene la costumbre de cortejar a las mujeres es difícil advertir que el tiempo ha pasado y que las mujeres te miran como a un padre o, lo que es peor, como a un abuelo. Y es difícil sobre todo porque cualquier hombre maduro tiene en el interior de su cabeza otra cabeza; la cabeza de fuera tiene arrugas, pelo gris, dientes careados, ojeras; en cambio, la cabeza de dentro se le ha quedado como cuando era joven, con cabellos negros y tupidos, un rostro liso, dientes blancos y ojos vivos. Y la cabeza de dentro es la que mira con deseo a las mujeres, pensando que se la ve. En cambio, las mujeres ven la cabeza de fuera y dicen: “¿Qué querrá ese viejo verde? ¿No se da cuenta de que podría ser mi abuelo?”».

-Viejo estúpido

Alberto Moravia.

Desapego.

Desapego.

«El muchacho se fue a montar al viejo modelo recién pintado; abrió la puerta de atrás y se sentó. De repente, aquel «Taxi, bachiller» le agradó. Hacía tres meses llevaba un anillo de grado en el dedo y su familia lo mandaba a estrenar el título a la Universidad: lo matricularon en Derecho porque la gente decía que era «lo más fácil y bonito». Allí estaba, recién metido en una ciudad rara, caliente y extraña, comenzando una carrera por la que no sentía nada, nada. Comparó dos pensamientos y vio que sentía más por la muchacha que quedaba atrás, allá en el pueblo, que por su carrera. Y se abrió el primer botón de la camisa cuando el carro arrancó».

-El cobarde

Sergio Ramírez.