¿Quién como tú?

¿Quién como tú?

«Se dicen muchas cosas sobre la amistad, pero, en resumidas cuentas, ¿qué quiere decir ser amigo? […]Yo, cuanto más pienso en este asunto de la amistad, más me pierdo. Durante años y años creemos que somos íntimos, uña y carne, como se dice, que nos queremos, que somos como hermanos. Y luego, de pronto, descubrimos en cambio, que los demás habían guardado las debidas distancias y que nos criticaban, e incluso no nos podían ver, y, en resumen, que no experimentaban por nosotros no digo amistad, sino ni siquiera simpatía. Pero entonces, digo yo, ¿la amistad sería una costumbre, como tomar café o comprar el periódico; una comodidad, como la butaca y la cama, o un pasatiempo, como el cine o el cuartillo de vino? Pero si es así, ¿por qué la llaman amistad y no la llaman mejor de otra manera?».

-𝐋𝐨𝐬 𝐚𝐦𝐢𝐠𝐨𝐬 𝐬𝐢𝐧 𝐝𝐢𝐧𝐞𝐫𝐨
𝐀𝐥𝐛𝐞𝐫𝐭𝐨 𝐌𝐨𝐫𝐚𝐯𝐢𝐚

Amigos, simplemente amigos y nada más.

Amigos, simplemente amigos y nada más.

«De pronto me enteré de que aquella coqueta se había prometido con mi mejor amigo, Attilio. Me dio rabia por muchos motivos: ante todo, porque me la había jugado ante mis narices, sin decirme nada, y, además, porque a Attilio se lo había presentado yo; y así, sin saberlo, les había tenido la vela.
Pero soy un buen amigo y, para mí, la amistad es ante todo. Había querido a Mariarosa; pero desde el momento en que se había convertido en la novia de Attilio era sagrada para mí. Ella habría querido, quizás, continuar hostigándome; pero yo se lo hice entender de todas las maneras y, por fin, un día, se lo dije claramente:
—Tú eres una mujer y no entiendes la amistad… Pero tú, desde que te has puesto con Attilio, para mí es como si no existieras… Ni te veo, ni te oigo… ¿Entendido?».

-𝐋𝐚 𝐚𝐦𝐢𝐬𝐭𝐚𝐝
𝐀𝐥𝐛𝐞𝐫𝐭𝐨 𝐌𝐨𝐫𝐚𝐯𝐢𝐚

Cosa de la fogosidad.

Cosa de la fogosidad.

«El corcho saltó en el momento preciso en que entraba la madre con cinco copas de champán en una bandeja. ¿Qué se festeja?, dijo la abuela. Un casamiento, dijo la madre. ¡Un casamiento! La abuela, muy emocionada, juntó las palmas a la altura del pecho. ¿Vos sos la novia?, le dijo a Griselda. Sí, abuela, dijo Griselda. Ay, hija, daría cualquier cosa por estar en tu lugar. Griselda se rió. No te rías, hija, vos todavía ni te imaginás lo que es estar entre los brazos de un hombre que te hace volar por… ¡Por favor!, dijo el padre, hacé callar a tu madre y brindemos de una vez. Llenó las copas. ¡Leo!, llamó la madre. Le dio una copa a Griselda y otra a la abuela que ahora explicaba lo que es sentir las manos de tu hombre en las partes más prohibidas de… ¡Por favor, mamá!, la interrumpió la madre, tranquilizate un poco que tenemos que brindar».

-𝐀𝐧𝐭𝐞𝐬 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐛𝐨𝐝𝐚
𝐋𝐢𝐥𝐢𝐚𝐧𝐚 𝐇𝐞𝐤𝐞𝐫

Cosa de un afán.

Cosa de un afán.

«Se dio cuenta con gran tristeza y desencanto que aquel hermoso juego de liberación la había cansado y que no quería saber ya ni de la boda, ni de José Juan, ni de nada. Empezó a sentir disgusto cuando oía que llegaba, lo cual hacía varias veces durante el día, con el pretexto de consultarle alguna cosa. Comenzó a chocarle su voz, el leve beso que le daba al despedirse por las noches, los labios fríos y húmedos, su conversación: «la casa, las cortinas, las alfombras, la casa, los muebles, las cortinas…» Ella no podía más, ya no le importaba salvarse o padecer toda la vida. Sólo quería descansar de aquella tremenda fatiga, de ir todo el día de un lado a otro, de hablar con cien gentes, de opinar, de escoger cosas, de oír la voz de José Juan… Quería quedarse en su cuarto sola, sin ver a nadie, ni siquiera a su madre y a Clara, estar sola, cerrar los ojos, olvidar todo, no oír ni una palabra, nada, “la casa, los muebles, las alfombras, la ropa blanca, las cortinas, la casa, la modista, la vajilla…”».

-𝐋𝐚 𝐜𝐞𝐥𝐝𝐚
𝐀𝐦𝐩𝐚𝐫𝐨 𝐃𝐚́𝐯𝐢𝐥𝐚

Cosa de semántica.

Cosa de semántica.

«He visto lo que les ha pasado a algunos amigos —decía Rutherford— y he decidido que a mí no me pase lo mismo. No es tan difícil: si eliges una mujer con sentido común y le hablas claro, y te comportas como Dios manda, y juegas limpio, entonces es un matrimonio de verdad. Pero si desde el principio consientes tonterías, entonces es un vulgar apaño: antes de que pasen cinco años el marido corta por lo sano, o ella lo engaña, y se repite el desastre de siempre.
—¡Exacto! —asintió entusiasmado el individuo que lo acompañaba—. Hamilton, chico, tienes toda la tazón».

-𝐋𝐚 𝐛𝐨𝐝𝐚
𝐅. 𝐒𝐜𝐨𝐭𝐭 𝐅𝐢𝐭𝐳𝐠𝐞𝐫𝐚𝐥𝐝

Ambición maltrecha.

Ambición maltrecha.

«Terminado el yantar y recogida la vajilla, nos reunimos como solemos hacerlo en la choza de Marcelino Peje, perrero catedralicio: el Cojo, el negro Sebastián Milagros y este indigno servidor de vuesa merced. Comentamos, como era justo, lo que habíamos escuchado contra nuestra voluntad en el Fuerte, y resolvimos de común acuerdo, validos de la circunstancia de haber tratado yo pasajeramente a vuestra merced veinte años, enviarle la carta que estoy dictando y que el Cojo adereza con donaire más sutil.
Tiene ella por objeto comunicar a vuestra merced, Señor Ayuda de Cámara, una fórmula que en casos graves aplica Sebastián Milagros y cuyas virtudes han sido hasta hoy infalibles. Consiste en una cocción de palma, romero y olivo tostados en una vasija de arcilla, con los cuales se sahumará la alcoba del embrujado, asperjando también los rincones con agua sacra. Quien realice el exorcismo deberá revestir una capa y aletear con ella, a manera de quien espanta, en dirección a la puerta. En ésta se habrá enterrado previamente un cuí negro, clavado con alfileres. Acaso vuestra merced ignore que el cuí o cuy es un conejillo de tierras cálidas».

-𝐄𝐥 𝐞𝐦𝐛𝐫𝐮𝐣𝐨 𝐝𝐞𝐥 𝐫𝐞𝐲

𝐌𝐚𝐧𝐮𝐞𝐥 𝐌𝐮𝐣𝐢𝐜𝐚 𝐋𝐚𝐢𝐧𝐞𝐳

Trasvasar el alma.

Trasvasar el alma.

«Tenía entre los brazos el cadáver de mi hermana Asunción, mi hermana Asunción como había sido cuando su belleza me detenía en mitad de los juegos para sonreírle; mi hermana Asunción con sus ojos oscuros, sus manos blancas, sus labios finos que mojaron mis lágrimas.
A Bernarda nadie la vio más. En su cuarto, en el cuarto de Asunción descubrí que la imagen de la Virgen María había sido atravesada con siete alfileres. Debajo de la almohada, en el lecho, encontré unas hojas de aruera, el árbol de las brujas del litoral.
Meses más tarde, le pedí a mi tía que me regalara la alfombra azul. Quizás pensó que desearía guardarla, en memoria de la que había muerto allí. Encendí una gran hoguera en el patio de la casa. Largos años me persiguió el recuerdo de la forma encrespada, cuando se erguía y retorcían los flecos en medio de las llamas crepitantes, rugiendo como un animal de presa que se quema vivo».

-𝐋𝐚 𝐡𝐞𝐜𝐡𝐢𝐳𝐚𝐝𝐚

𝐌𝐚𝐧𝐮𝐞𝐥 𝐌𝐮𝐣𝐢𝐜𝐚 𝐋𝐚𝐢𝐧𝐞𝐳

Coligado maldito.

Coligado maldito.

«A la madrugada, arrastró a la niña a la cueva y se burló de su horror, de su desconsuelo. Después, aprovechando que había quedado como inerte, de tan desesperada, la hizo suya sobre el lecho de hojas de eucalipto. Bebió sus lágrimas amargas, la devoró de besos, usó de los pobres artificios que conocía, para provocar el canturreo gutural que trastornaba sus sentidos y recobrar a la mujer exhausta que ayer, ayer no más, rodaba sobre esa tierra fría en brazos del monstruo. Ella se dejaba hacer, ausente. Nada sentía, sino el asco de una respiración jadeante y de un sudor que le empapaba las mejillas. Su mano tanteaba en la sombra, buscando la mano quebrada de su amante muerta».

-𝐑𝐢𝐯𝐚𝐥

𝐌𝐚𝐧𝐮𝐞𝐥 𝐌𝐮𝐣𝐢𝐜𝐚 𝐋𝐚𝐢𝐧𝐞𝐳

Los disturbios del sentimiento.

Los disturbios del sentimiento.

«Y es que la pobre amaba a su marido… ¡Y que no se ría nadie! Lo amaba de forma cobarde y desafortunada, a pesar de que él la engañaba y le maltrataba el corazón a diario como un niño. Sufría de amor por él como una mujer que desprecia su propia debilidad y delicadeza y sabe que el poder de la fuerza y la felicidad es el que tiene la razón en este mundo. Sí, se entregaba a ese amor y a sus sufrimientos igual que antaño, cuando él, en un fugaz arrebato de ternura, la pretendió y ella se entregó a él: con el sediento deseo que una criatura solitaria y soñadora siente por la vida, la pasión y los disturbios del sentimiento…»

-Un instante de felicidad

Thomas Mann