Ya pa’ que…

Ya pa’ que…

«—Se pone a votación la proposición de los compañeros de San Juan de las Manzanas. Los que estén de acuerdo en que se les de permiso para matar al presidente municipal, que levanten la mano…
Todos los brazos se tienden a lo alto. También los de los ingenieros. No hay una sola mano que no esté arriba, categóricamente aprobando. Cada dedo señala la muerte inmediata, directa.
—La asamblea da permiso a los de San Juan de las Manzanas para lo que solicitan.
Sacramento, que ha permanecido de pie, con calma, termina de hablar. No hay alegría ni dolor en lo que dice. Su expresión es sencilla, simple.
—Pos muchas gracias por el permiso, porque como nadie nos hacía caso, desde ayer el presidente municipal de San Juan de las Manzanas está difunto».

La muerte tiene permiso,
Edmundo Valadés.

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Ex nihili nihü fit.¹

Ex nihili nihü fit.¹

«Y de pronto un ruido formidable: la puerta había cedido por fin a la presión de los más forzudos. ¡Y qué horrible espectáculo se ofrecía ahora a la vista de los azorados concurrentes! De la habitación abierta salía un olor nauseabundo y adonde quiera que uno dirigiera la mirada: trozos de piel masticados y vueltos a escupir, huesos roídos apilados en montones que llegaban hasta casi el cielorraso, huesos sobre la mesa, huesos en los estantes, hasta en los cajones de la cómoda y en la caja fuerte: huesos y más huesos. La multitud quedó como paralizada; ahora ya no cabía duda acerca del paradero de los vecinos desaparecidos. Knödlseder se los había comido, no sin antes despojarlos de la mercadería previamente adquirida… ¡un segundo “Joyero Cardillac” de la novela de la señorita de Scuderi!».

Amadeus Knödlseder, el incorregible buitre de los Alpes, Gustav Meyrink.


¹Nada surge de la nada.

Hasta en las mejores familias.

Hasta en las mejores familias.

• SERIALES •

Murder among the Mormons.
T.1 E.3

Mark Hoffman:

—Desde que tengo memoria, siempre me gustó impresionar a los demás con mis engaños. Engañarlos me daba una sensación de poder y superioridad.
Cuando tenía 12 años, comencé a coleccionar monedas. Poco después, descubrí maneras de engañar a otros coleccionistas al alterar monedas para que lucieran más atractivas. A los 14, ya había desarrollado una técnica de falsificación que me parecía indetectable.
En fin, un día, estas monedas llegaron al Departamento del Tesoro, y dijeron que eran genuinas. Para mí, si el Departamento del Tesoro declaraba que eran genuinas, por definición, eran genuinas.
No se trata de qué es genuino y qué no, sino de qué cree la gente que es genuino.

Shannon Flynn (antiguo colega de Mark Hoffmann):

—Mark dijo algo que hará pensar a todos. Básicamente dijo que, si algo parece ser verdad y se acepta como verdad, se vuelve verdad.
¿Entonces todos vivimos en una gran mentira?

Voz en off:

—¿Podria explicarme por qué era tan bueno en lo que hacía, probablemente el mejor?

Shannon Flynn (antiguo colega de Mark Hoffmann):

—Te pido un favor. No me hagas responder eso. Que alguien más lo haga.
No quiero convertirlo en un héroe. ¡Porque fue fantástico! Nadie ha estado siquiera cerca de hacer lo que él hizo. La profundidad del conocimiento y comprensión y su capacidad autodidacta, no tienen precedentes. Su habilidad para engañar a la gente, no tiene igual.
Debí haber sospechado de él. Todos debimos haber sospechado de él, pero no fue así.
La gente simplemente no quiere saber…

Eso que creemos.

Eso que creemos.

«Era necesario preguntarse qué remediaba uno con esto. Imposible decir a sus discípulos quién era Rosales. Nadie me hubiera creído. Además, su delito —el del robo, al menos—, no podía demostrarse. El único documento que entregaba a cambio del dinero ajeno, era su confianza, y ésta no servía como testimonio. Si yo decidía finalmente eliminarlo, lo rodearían de un prestigio de mártir. Por otra parte, él ya no estaría para destruirles la fe con su realidad inmunda, con ese golpe brutal y revelador que podía convertirlos repentinamente de cruzados del bien en miserias humanas».

-Como un ladrón

Mario Benedetti.

Pasión criminal.

Pasión criminal.

«La imagen del cuerpo que se disgregaba al tocarlo no se apartó de mí jamás. Entre todos nuestros interrogadores sólo el padre Santillán no se dejó intimidar y aceptó nuestra versión. Dijo que nos tocó asistir al desenlace de un crimen legendario en los anales del pueblo, una venganza de la que nadie había podido confirmar la verdad.
El cadáver deshecho bajo mi tacto era el de una mujer a la que en el s. XVIII administraron un tóxico paralizante. Al abrir los ojos se halló emparedada en un osario. Murió de angustia, de hambre y de sed, sin poder moverse de la silla en que la encontramos ciento cincuenta años después. Era la esposa de un corregidor. Su doble crimen fue tener relaciones con un monje del convento y arrojar a un pozo al niño que nació de esos amores».

-La cautiva

José Emilio Pacheco.

Deu rium.

Deu rium.

«Llegué a una calle mal iluminada, llena de árboles oscuros, el lugar ideal. ¿Hombre o mujer?, realmente no había gran diferencia, pero no aparecía nadie en condiciones, comencé a quedar un poco tenso, eso siempre sucedía, hasta me gustaba, el alivio era mayor. Entonces vi a la mujer, podía ser ella, aunque una mujer fuese menos emocionante, por ser más fácil».

Paseo Nocturno.

Rubem Fonseca.

Trincar.

Trincar.

«Me puse en pie y discutí sobre insignificancias en voz muy alta y con violentas gesticulaciones; pero el sonido crecía continuamente. ¿Por qué no se iban? Anduve de un lado a otro, a grandes pasos, como si las observaciones de aquellos hombres me enfurecieran; pero el sonido crecía continuamente. ¡Oh Dios! ¿Qué podía hacer yo? Lancé espumarajos de rabia… maldije… juré… Balanceando la silla sobre la cual me había sentado, raspé con ella las tablas del piso, pero el sonido sobrepujaba todos los otros y crecía sin cesar. ¡Más alto… más alto… más alto! Y entre tanto los hombres seguían charlando placidamente y sonriendo. ¿Era posible que no oyeran? ¡Santo Dios! ¡No, no! ¡Claro que oían y que sospechaban! ¡Sabían… y se estaban burlando de mi horror! ¡No podía soportar más tiempo sus sonrisas hipócritas! ¡Sentí que tenía que gritar o morir, y entonces… otra vez… escuchen… más fuerte… más fuerte… más fuerte!
—¡Basta ya de fingir, malvados! —aullé—. ¡Confieso que lo maté! ¡Levanten esos tablones! ¡Ahí… ahí! ¡Donde está latiendo su horrible corazón!».

-El corazón delator

Edgar Allan Poe.

Son consecuencias.

Son consecuencias.

«Es increíble que el mundo sea tan pequeño. Cuando entras en este negocio nunca imaginas que te tocará matar a un conocido. ¡Jamás! Tú vas, ubicas, procedes y se acabó. No hay más casos. Si es famoso, o si es un pobre diablo; si es un padre de familia ejemplar, o si es una lesbiana de moral dudosa, la suerte está echada y la muerte les llega a todos por igual. Nunca te preguntas qué hizo, ni tampoco por qué alguien lo quiere muerto. Ya te pagaron y no fue por preguntar. Ahora te toca hacer tu parte del contrato. Sin testigos. Sin exhibiciones. Sin escrúpulos. Te contratan para resolver problemas y no para crearlos. Aún recuerdo a la primera mujer que perdió conmigo. Era la hija de un comerciante. Estaba de buen ver; tenía unas caderas ardientes y usaba lencería de encaje negro. Fue una lástima que la bala terminara por arruinar ese delineado perfecto. La pequeña sabía demasiado: encontró a su padre encima de su mejor amiga. Cuando intentó estafarlo, éste pagó el último de sus costosos viajes, claro, sin retorno. Yo tenía treinta años cuando eso sucedió… Dicen que sólo al primer muerto es al que nunca olvidas y todos los demás se vuelven el sueño de una sombra».

-El día de mi suerte.
Atzin Nieto.