Minientrada

Disfraz.

• MINIFICCIÓN •

Zancudería.

Effe Montesdeoca

Vio volar al zancudo, plaga de las lluvias, una y otra vez rondándole, buitre minúsculo; tiró algunos manotazos, luego le pareció verlo pararse en el borde de una hoja de papel, dio un manotazo sobre ella y, despatarrado, del zancudo sólo quedó la palabra ¡Ay!, con todo y signos de admiración.

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Hablar de buitres desconcierta.

Hablar de buitres desconcierta.

«Me digo que los buitres han perdido /
su guerra contra el sol /
y saben del final de aquellas alas derretidas /
del pretencioso Ícaro, /
son los dueños del vuelo que me cubre /
y con eso les basta».

Los dueños del vuelo que me cubre, Fernando Aínsa.

Desconcierto Vultúrico

Buitre Pavo
Ron Churchill

Struggling Girl
Kevin Carter

Ticio encadenado
Gregorio Martínez

Majestic
Marta Bobko

Princesa encinta con buitres
Henry Justice Ford

Majestic
Marta Bobko

In the middle of nowhere
Lora Vysotscaya

Vultures
Dug Stanat

Misdirected
Alaia Orax

Lolgramoth
Nadine Schäkel

Vulture
Schnor Gurken

Solar Eclipse
Robyn Drayson

Alea iacta est.¹

Alea iacta est.¹

«Elisenda exhaló un suspiro de descanso, por ella y por él, cuando lo vio pasar por encima de las últimas casas, sustentándose de cualquier modo con un azaroso aleteo de buitre senil. Siguió viéndolo hasta cuando acabó de cortar la cebolla, y siguió viéndolo hasta cuando ya no era posible que lo pudiera ver, porque entonces ya no era un estorbo en su vida, sino un punto imaginario en el horizonte del mar» .

Un señor muy viejo con unas alas enormes, Gabriel García Marquez.


¹La suerte está echada.

Tempus Fugit.¹

Tempus Fugit.¹

«Soy un dios atado a este mundo. Aquí abajo nada es gratuito, todo tiene su precio. A cambio de nuestros cuerpos, necesitamos aire y alimento. Al final, la Vida misma no es más que un préstamo. Tú mismo, al morir, tendrás que devolver ese cuerpo que te fue dado cuando empezaste a existir».

El Dios Buitre, Yelinna Pulliti Carrasco.


¹El tiempo se escapa.

Ex nihili nihü fit.¹

Ex nihili nihü fit.¹

«Y de pronto un ruido formidable: la puerta había cedido por fin a la presión de los más forzudos. ¡Y qué horrible espectáculo se ofrecía ahora a la vista de los azorados concurrentes! De la habitación abierta salía un olor nauseabundo y adonde quiera que uno dirigiera la mirada: trozos de piel masticados y vueltos a escupir, huesos roídos apilados en montones que llegaban hasta casi el cielorraso, huesos sobre la mesa, huesos en los estantes, hasta en los cajones de la cómoda y en la caja fuerte: huesos y más huesos. La multitud quedó como paralizada; ahora ya no cabía duda acerca del paradero de los vecinos desaparecidos. Knödlseder se los había comido, no sin antes despojarlos de la mercadería previamente adquirida… ¡un segundo “Joyero Cardillac” de la novela de la señorita de Scuderi!».

Amadeus Knödlseder, el incorregible buitre de los Alpes, Gustav Meyrink.


¹Nada surge de la nada.