Pesadelo.

Pesadelo.

«Al fin llegaron, los malditos. Y miraban a aquella eterna Viuda, la gran Solitaria que fascinaba a todos, y los hombres y las mujeres no podían resistir y querían aproximarse a ella para amarla muriendo, pero ella con un gesto los mantenía a todos a distancia. Ellos querían amarla con un amor extraño que vibra en la muerte. No se inquietaban por amarla muriendo. El manto de Ella-él era de sufrido color rosa. Pero las mercenarias del sexo en festín intentaban imitarla en vano.
¿Qué hora sería? Nadie podía vivir en el tiempo, el tiempo era indirecto y por su propia naturaleza siempre inalcanzable».

Dónde estuviste anoche.

Clarice Lispector.

Estranho.

Estranho.

«—No llore, mujer. Soy el papá, y no estoy llorando.
Con la ayuda de un pariente el papá lo bañó. El niño permaneció duro sobre la tina, no pudieron sentarlo en el agua. Después la mamá lo vistió, ni era domingo; pantalón azul, camisa blanca, con saco, como un hombrecito. No calzó los viejos zapatos. Lo abrazó tan fuerte, quería ser enterrada con él en el mismo cajón, el hijo tenía miedo a la oscuridad».

Pedrinho.

Dalton Trevisan.

Sací-Pererê.

Sací-Pererê.

• PLUMA INVITADA •

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Es uno de los personajes más famosos de Brasil, tal es así, que posee hasta un día propio: el 31 de octubre.

El Bromista de los dioses.

En el folclore brasileño Sací-Pererê, o simplemente Sací, es una criatura mítica representada por un niño negro con gorro rojo y una pipa que, además, tiene una particularidad, sólo tiene una pierna. Esta minusvalía no le impide ser el mas travieso de todos los personajes infantiles.

Su gorro rojo le da poderes mágicos y se mueve en un remolino de viento lo que hace que sea casi imposible atraparle cuando se divierte con sus travesuras. Sólo hay una forma de capturarlo, si mientras se está trasladando en su remolino se introduce un colador y se agita. Eso sí, hay que quitarle rápidamente su gorro rojo para que pierda sus poderes. También hay una forma de sobornarlo: con cachaça o tabaco para su pipa.

Saci es un auténtico bromista: le encanta espantar caballos, deshacer la cama, despertar a la gente con sus carcajadas, esconder objetos domésticos, derramar la sal en la cocina y gastar todo tipo de bromas. Nunca intenta causar el mal, sólo hacer alguna que otra trastada.

Según la leyenda, por las noches, todos los Sací del mundo se reúnen y planean todas las travesuras que harán al día siguiente.

Los niños brasileños utilizan a menudo la excusa de «Ha sido Saci» cuando son pillados «in fraganti» en plena faena.

Se cree que la leyenda surgió en las tribus indígenas del sur de Brasil y que fue extendiéndose hacia el norte, adoptando características africanas como el color de su piel y el uso de la pipa. Al principio se le dibujaba con dos piernas, pero la leyenda dice que perdió una en una lucha de capoeira.

Como curiosidad, Sací-Pererê es la mascota oficial del club internacional de fútbol de Porto Alegre.

Marco Haurélio.

Causa y efecto.

Causa y efecto.

• MINIFICCIÓN •

Hilos

Adrián Pérez

Se ovilla sobre las baldosas frías y comienza a temblar. Cuando abre los ojos se da cuenta de que su mano ya no cuenta dedos, sino una maraña deforme y roja que poco a poco va carcomiendo el brazo, la clavicula, la columna, el coxis. Todo él se desmorona. Lejos de allí, en un lugar remoto, alguien a empezado a tirar el hilo.

Alucinaciones (?).

Alucinaciones (?).

«Y aquí estoy en el rincón, viendo mi sombra sobre la pared de adobe, con las rodillas y los brazos muy cansados, con mis tiritas de regalos tiradas en el suelo, oyendo cómo roncan mis padres, mientras yo estoy crucificado sólo porque vi las trescientas sesenta y cinco casas de Dios, vi a las Once Mil Vírgenes todas chiquititas, cubiertas de flores sonrosadas, vi al Rey del Mundo que tuvo la atención de hacerme tantos regalos, vi al Hombre, escondido en el cerro con su carabina y que sólo sale para ver los huesos de los muertos Antiguos, que ahora me parece que él mismo los mató, vi a los Apóstoles y si no vi a Judas es porque ya se había huido y vi a san José… ¡Y aunque les pese, los vi y los vi y los vi!… Papá, no apague la vela. ¡Ya la apagó! Papá, no me diga mentiroso, porque los vi, los vi y los vi… por eso ahora estoy crucificado en este rincón oscuro…»

-El mentiroso

Elena Garro.

Acoplamientos.

Acoplamientos.

«La crueldad cómica empezó a fundirse en la sombra real de la carne: —¿No vas a hablar, Lupe? Por eso me gustas. Sabes para lo que sirves. ¿Te das cuenta que nunca has pronunciado una sola palabra desde que te conocí y te invité al cuarto y me seguiste sin decir nada? ¡Que idioteces dirás, Lupe, que tu inteligencia te vulevw muda! Así, así, cuero divino, pedazo de piel nerviosa, ¡qué ojos más brillantes tienes!, diosa de piedra blanda, ideal, nunca me distraigas nunca me estorbes…
El brillo lejano y sonriente de los ojos se reunió al fin con un mal oculto que la falsa crueldad exterior impedía ver: —Crei que eras reteinocente. Todos dicen que eres medio boba. —Claro que soy inocente, Alejandro. ¿Hay algo más corrupto que la inocencia?»

-Fortuna lo ha querido

Carlos Fuentes.

Dos por uno.

Dos por uno.

«Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio estaba Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando despertó el Otro Yo lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo que hacer, pero después se rehizo e insultó concienzudamente al Otro Yo. Este no dijo nada, pero a la mañama siguiente se habia suicidado».

-El otro Yo

Mario Benedetti.

Juego maestro.

Juego maestro.

• DESCANSAMOS LOS MARTES •

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Cómplices

Camino trémulo; pensando, considerando si acaso volver o mejor huir. La obscuridad de la madrugada nubla mi vista, mi raciocinio incluso. Las manos llenas de sangre gotean el piso azulejado, lo tiñen, y yo en desconcierto no decido qué hacer. Se escuchan voces, voces que no distingo, ni quiero. A lo lejos, una luz escapa entre los árboles, el viento alterado se lo permite. ¿Es acaso un atisbo de que la naturaleza reclama mis actos? Mis manos frías me recuerdan que llevo la sangre inocente embarrada como claro ejemplo de esta conjugación entre mi padre y yo. Ambos somos culpables y el sol que intentará asomarse en unas horas será testigo de cada gota derramada. El cuchillo cruel y desafiante membró sus vidas, y peor aún, fui yo con ahínco, quien blandio el arma bajo sus cuellos palpitantes.
Pero es tarde ya. Se ha consumado. El padre me ha ordenado seguir y yo, casi como un fiel palurdo, he obedecido. El sol ya viene, no hay tiempo a reclamos, miedos, ni arrepentimientos; debo seguir. Miro a mi padre quién ya se lava las manos. ¡Pilatos estaría orgulloso, padre! Pues lo hace con enjundia y garbo, casi como un galeno apresto al bisturí. Yo en cambio, aún tiemblo un poco, de miedo, de arrepentimiento, de no sé qué, pero tiemblo.
Las voces están cerca, se oye la turba. ¡Vienen aquí!, ¡lo saben!, ¡saben lo que hemos hecho! Mi padre grita que limpie, que limpie todo ya, que la gente estará aquí pronto y debe encontrar todo limpio, inmaculado; sin rastro de nuestra faena. Miro pasmado pero acudo a la orden. Mi corazón entra en paro o eso creo sentir. Lavo mis manos una y otra y otra vez. No sé cuántas, hasta que mi piel queda añejada por la lejía y el agua. El sol se asoma y de pronto, se oye un grito «¡Don Juan!» Es mi padre a quien llaman, ese grito es para él, quizá no saben que estoy yo aquí, puedo huir o quedarme. Pero al fin he sido cómplice, y valeroso debo enfrentar como me enseño mi padre. Mamá sale desde el fondo y me alivio, ¡ella nos salvará, siempre nos salva! Sigue de largo y saluda a papá. Son cómplices sin duda. No hay nada que hacer. Me deshago del mandil ensangrentado que llevo puesto y una vez que quiero correr, la luz que entra por la doble puerta me ciega, es tarde ya, muy tarde. Papá ha abierto la pollería y debemos atender. La venta de pollo fresco, nunca es un negocio fácil.

Marco de Mendoza

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