Recuerdo a la felicidad.

Recuerdo a la felicidad.

• MINIFICCIÓN •

Los masoquistas

Ana María Shua

Un pabellón entero está dedicado a esos sujetos melancólicos y generosos, los masoquistas. Cuentan allí con una serie de habitaciones en las que el sufrimiento se gradúa de acuerdo con lo doloroso de los estímulos. Si en las primeras habitaciones son mujeres las que inflingen los castigos, en la sexta se los invita a copular con un cocodrilo y en la octava con el recuerdo de la felicidad perdida.

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Monstruos que sí son monstruos.

Monstruos que sí son monstruos.

• MINIFICCIÓN •

La luz de la inocencia.

Marco de Mendoza

Todas las noches arrimaba una vela a su cama para evitar dormir a obscuras, para lograr aliviarse del monstruo que la acechaba casi cada noche. Aquel día estaba decidida, iba a llenar a ese monstruo de luz. La puerta se abrió, el monstruo se acercó y sigiloso, se metió en su cama. Ella temblaba, y entre un llanto mudo tomó la vela con fuerza, el monstruo recorrió con sus ásperas manos sus inocentes piernas tiernas; ella tembló aún más. De pronto, la luz, mucha luz y gritos, muchos gritos. El monstruo terminó en el hospital con quemaduras de tercer grado, el monstruo desapareció y nunca volvió. Lucecita ahora duerme a obscuras. No quiere que ningún monstruo encuentre el camino a su cama, nunca.

Delirio bestial.

Delirio bestial.

«Interrumpió su lectura una conmoción en la casa, como si hubiera caído un objeto pesado. El lector soltó el libro, salió corriendo de la habitación y subió velozmente las escaleras que conducían al dormitorio de Fleming. Intentó abrirla puerta pero, contrariando sus instrucciones, estaba cerrada. Empujó con el hombro con tal fuerza que ésta cedió. En el suelo, junto a la cama en desorden, vestido con su camisón, yacía Fleming moribundo.
El médico levantó la cabeza de éste del suelo y observó una herida en la garganta.
—Debería haber pensado en esto —dijo, suponiendo que se había suicidado.
Cuando el hombre murió, el examen detallado reveló las señales inequívocas de unos colmillos de animal profundamente hundidos en la vena yugular.
Pero allí no había habido animal alguno».

-La alucinación de Staley Fleming

Ambrose Birce.

Rapaz.

Rapaz.

«Y entonces se aproximó por detrás a una de esas formas rampantes, y después, con un ágil movimiento, se le sentó a horcajadas. El hombre se desplomó sobre el pecho, recuperó el equilibrio, furiosamente, hizo caer redondo al niño como hubiera podido hacerlo un potrillo salvaje y después volvió hacia él un rostro al que le faltaba la mandíbula inferior; de los dientes superiores a la garganta, se abría un gran hueco rojo franjeado de pedazos de carne colgante y de esquirlas de hueso. La saliente monstruosa de la nariz, la falta de mentón, los ojos montaraces, daban al herido el aspecto de un gran pájaro rapaz con el cuello y el pecho enrojecidos por la sangre de su presa. El hombre se incorporó sobre las rodillas. El niño se puso de pie. El hombre lo amenazó con el puño. El niño, por fin aterrorizado, corrió hasta un árbol próximo, se guareció detrás del tronco, y después encaró la situación con mayor seriedad. Y la siniestra multitud continuaba arrastrándose, lenta, dolorosa, en una lúgubre pantomima, bajando la pendiente como un hormigueo de escarabajos negros, sin hacer jamás el menor ruido, en un silencio profundo, absoluto».

-Chickamauga

Ambrose Bierce.

Bestia.

Bestia.

«Debió de ocurrir todo en unos pocos segundos, durante los cuales Morgan adoptó todas las posturas posibles del obstinado luchador que es derrotado por un peso y una fuerza superiores. Yo sólo le veía a él y no siempre con claridad. Durante el incidente soltaba gritos y profería maldiciones acompañadas de unos rugidos furiosos como nunca antes había oído salir de la garganta de un hombre o de una bestia. Permanecí en pie por un momento sin saber qué hacer, hasta que decidí tirar la escopeta y correr en ayuda de mi amigo. Creí que estaba sufriendo un ataque o una especie de colapso. Antes de llegar a su lado, le vi caer y quedar inerte. Los ruidos habían cesado, pero volví a ver, con un sentimiento de terror como jamás había experimentado. Sólo cuando hube alcanzado los primeros árboles, aparté la vista de aquel insólito fenómeno y miré a mi compañero. Estaba muerto».

-El engendro maldito

Ambrose Bierce.

¿Quiénes somos?

¿Quiénes somos?

• DESCANSAMOS LOS MARTES •

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Demonios

[…] Alonso bajo las cortinas con fuerza y cierta molestia. La luz intensa de fuera, irradió la habitación en que Luzmaría había estado recluida por días. Sus ojos sintieron la presión de esa luz, su piel el calor y su sangre comenzó a hervir.

—Ya no estarás más aquí —dijo Alonso con un tono enérgico— ¡Basta de contemplaciones!

Luz, que aún no lograba abrir bien los ojos, se limitó a meter la cabeza bajo la almohada y respirar peligrosamente.

—No vas a chantajearme con tus molestias María

—¿Alguna vez has sentido que el cuerpo te arde, que la sangre dentro de ti se vuelve lava ardiente y te quema, te quema tanto que pareces un volcán a punto de explotar?

No, lo dudo, Alonso. ¿Y sabes por qué lo dudo?

Porque cuando uno se quema por dentro y no hay nadie que sacie esa locura, uno preferiría arder, arder por siempre y quemar todo consigo. Y tú no lo entiendes, tú solo quieres que me levante, que salga de esta habitación y que allá afuera, queme a todos con mi fuego maldito, como un monstruo. Tú quieres que sea el monstruo que tú no te atreves a ser. Y eso, te convierte en más demonio que a mí […]

Marco de Mendoza

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