«Me he convertido en una especie de reloj: en cualquier momento puedo decir si llevamos dos, tres o cuatro minutos de retraso, y nunca tengo que levantar la vista para saber en qué estación paramos».
«Tirado bocarriba descubrí que, además de la gran cantidad de letras hormiga que ahora ocupaban todo mi cuerpo, había una que otra fotografía. Así estuve durante varias horas hasta que escuché que abrían la puerta. Me costó trabajo hilar la idea, pero al fin pensé que había llegado mi salvación. Entró mi esposa, me levantó del suelo, me cargó bajo el brazo, se acomodó en mi sillón favorito, me hojeó despreocupadamente y se puso a leer».
«Evitando las insignificancias de la vida cotidiana, hacía que su tiempo no aceptara ninguna dimensión futura y mucho menos una justificación en función del pasado. Además, había logrado cancelar lo tortuoso de la memoria, lo cual la circunscribía, de manera inexorable, a manejarse sólo en función del tiempo real, el único que aceptaba como actual. Así, su realidad era diaria, siempre distinta y permanentemente nueva».
• La muñeca menor. Rosario Ferré. • El hombre de Arena. E. T. A. Hoffmann. • La desdichada. Carlos Fuentes. • Hombre de la esquina rosada. Jorge Luis Borges. • El cuento envenenado. Rosario Ferré. • La casa vacía. E. T. A. Hoffmann. • La intrusa. Jorge Luis Borges. • Los autómatas. E. T. A. Hoffmann. • La noche ajena. Enrique Serna. • Un alma pura. Carlos Fuentes. • El alimento del artista. Enrique Serna. • El espejo de los enigmas. Jorge Luis Borges. • La última visita. Enrique Serna. • La cosecha. Patricio Pron. • La incondicional. Enrique Serna. • Licantropía. Enrique Anderson Imbert. • Tu madre bajo la mirada sin mirar atrás. Patricio Pron. • Enoch Soames. Max Beerbohm. • El peso de la noche. Patricio Pron. • El descenso a Maelstrom. Edgar Allan Poe. • Embarrados. Jorge Consiglio.
El día que una ola salte más de lo convenido el espigón y se engulla a tu padre en medio de su pesca, no será la furia del mar Mediterráneo quien se lo lleve sino la justicia. Pero para ello, acuérdate de lanzar mis cenizas al mar.
«La gitana le decía que dejase obrar a las mujeres. Dos mujeres, una conocida y una desconocida, se lo disputaban y se vigilaban entre sí. Sus rivales estaban ya derrotados desde el principio. Una carta estaba volando hacia él. Una enfermedad cambiaría su suerte. A la suerte, además, basta con interrogarla para que se apresure. En ese mismo momento estaban contando una suma que le estaba destinada y una mujer soñaba con sus besos».
«La colina estaba al fondo de las calles, oscurecida y acercada por la sombra creciente. Vi alféizares bajo la lluvia y portales que había visto siempre al sol. Todo estaba fresco y próximo, y verdaderamente esta vez mi ciudad estaba desierta. Crucé muchas plazas. Cuando regresé, enamorado y pensando en las calles del día siguiente, encontré el cuarto vacío, y así estuvo hasta la noche. Me acerqué entonces a la ventana. Todavía estuvimos juntos muchos días, mientras duró la estación, pero ambos sabíamos que todo acabaría al entrar el otoño. Y así fue, en efecto».
«No podía creer que los viejos, que duermen poco, pasaran las horas en vela, y especialmente las del alba, rememorando el pasado. Estar despierto significa pensar y vivir, esperar la luz y divagar. Aunque fueran viejos y duchos a un tiempo, sus sentidos endurecidos y su sangre espesa deberían tener mucha más necesidad del choque y el revoltijo de la vida. Esta vida estaba hecha de rostros y de cosas, de estallidos, de voces, era un incesante encuentro, un movimiento que no había pasado. No entendía cómo alguien se podía detener dócilmente, aunque fuera por saciedad, y abandonarse como ellos a los recuerdos. Eso significaba sentir el tiempo, y la muerte».