Hablas con la verdad.

Hablas con la verdad.

«–Y también me da mucho pesar que no le publiquen sus poemas.
–Pero muchacha estúpida, ¿no se da cuenta de que ser ignorado por este mundo platitudinesco es el mejor galardón para un poeta? Preocupación me daría el tener cabida en una de esas revistas que produce la cultura de petate a la que tengo la desdicha de pertenecer; me llenaría de terror si me eligieran Miembro de Número de la Academia de la Lengua, y si me dieran el premio Nobel comprendería que había llegado mi anquilosamiento final. Estoy encantado de ser oscuro, y libre, y alegre… Prosigo: estudiaremos en primer lugar las irregularidades especiales del verbo pudrir, o podrir…»

Amor de Sarita y el profesor Rocafuerte.

Jorge Ibargüengoitia.

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Pasa, siempre pasa.

Pasa, siempre pasa.

«Vinieron años muy duros. Cuando no me alcanzaba el dinero para comprar mantequilla, pensaba: “Con treinta mil pesos, salgo de apuros.” Adquirí malos hábitos: andaba de alpargatas todo el tiempo y así entraba en los bancos a pedir prestado. Todas las puertas se me cerraban. Encontraba en la calle a amigos que no había visto en diez años y antes de saludarles, les decía:
—Oye, préstame diez pesos.
Los domingos, invitaba a una docena de personas a comer en mi casa y les decía a todos:
—Traigan un platillo».

-Mis embargos

Jorge Ibargüengoitia.

Tremulante pasión.

Tremulante pasión.

«La conquisté casi por equivocación. Estábamos en una sala, ella y yo solos, hablando de cosas sin importancia, cuando ella me preguntó: “¿Qué zona postal es tal y tal dirección?” Yo no sabía, pero le dije que consultara el directorio telefónico. Pasó un rato, ella salió del cuarto y la oí que me llamaba; fui al lugar en donde estaba el teléfono y la encontré inclinada sobre el directorio: “¿Dónde están las zonas?”, me preguntó. Yo había olvidado la conversación anterior y entendí que me preguntaba por las zonas erógenas. Y le dije dónde estaban».

-Manos muertas

Jorge Ibargüengoitia.

Coercer su deseo.

Coercer su deseo.

«Esto sucedió hace tiempo. Era yo más joven y más bello. Iba por las calles de Madero en los días cercanos a la Navidad, con mis pantalones de dril recién lavados y trescientos pesos en la bolsa. Era un mediodía brillante y esplendoroso. Ella salió de entre la multitud y me puso una mano en el antebrazo. “Jorge”, me dijo. Ah, che la vita é bella! Nos conocemos desde que nos orinábamos en la cama (cada uno por su lado, claro está), pero si nos habíamos visto una docena de veces era mucho. Le puse una mano en la garganta y la besé. Entonces descubrí que a tres metros de distancia, su mamá nos observaba. Me dirigí hacia la mamá, le puse una mano en la garganta y la besé también. Después de eso, nos fuimos los tres muy contentos a tomar café en Sanborns».

-La mujer que no

Jorge Ibargüengoitia.