Cosa de semántica.

Cosa de semántica.

«He visto lo que les ha pasado a algunos amigos —decía Rutherford— y he decidido que a mí no me pase lo mismo. No es tan difícil: si eliges una mujer con sentido común y le hablas claro, y te comportas como Dios manda, y juegas limpio, entonces es un matrimonio de verdad. Pero si desde el principio consientes tonterías, entonces es un vulgar apaño: antes de que pasen cinco años el marido corta por lo sano, o ella lo engaña, y se repite el desastre de siempre.
—¡Exacto! —asintió entusiasmado el individuo que lo acompañaba—. Hamilton, chico, tienes toda la tazón».

-𝐋𝐚 𝐛𝐨𝐝𝐚
𝐅. 𝐒𝐜𝐨𝐭𝐭 𝐅𝐢𝐭𝐳𝐠𝐞𝐫𝐚𝐥𝐝

Ávidas Confesiones.

Ávidas Confesiones.

• DESCANSAMOS LOS MARTES •

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LOCUTORIO

Ahí donde se esconde el diablo, donde anida lo insondable, donde el corazón se vuelve paja y la mente su penumbra; ahí están sus secretos: violentos, fugaces, insípidos incluso. Insano oprobio. Palabrería santurrona y superfluas evidencias comulgan para evidenciar el llamado pecado. No hay santidad, sino bruma carcomiéndose los recuerdos que cargan saña, violencia o coraje. Perdones malsanos sin poder; nadie es deudor. Todos se levantan en paz con una penitencia absurda que será olvidada al cerrar aquella puertecilla insulsa, donde ávido de placer, se esconde el diablo.

Marco de Mendoza

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Trincar.

Trincar.

«Me puse en pie y discutí sobre insignificancias en voz muy alta y con violentas gesticulaciones; pero el sonido crecía continuamente. ¿Por qué no se iban? Anduve de un lado a otro, a grandes pasos, como si las observaciones de aquellos hombres me enfurecieran; pero el sonido crecía continuamente. ¡Oh Dios! ¿Qué podía hacer yo? Lancé espumarajos de rabia… maldije… juré… Balanceando la silla sobre la cual me había sentado, raspé con ella las tablas del piso, pero el sonido sobrepujaba todos los otros y crecía sin cesar. ¡Más alto… más alto… más alto! Y entre tanto los hombres seguían charlando placidamente y sonriendo. ¿Era posible que no oyeran? ¡Santo Dios! ¡No, no! ¡Claro que oían y que sospechaban! ¡Sabían… y se estaban burlando de mi horror! ¡No podía soportar más tiempo sus sonrisas hipócritas! ¡Sentí que tenía que gritar o morir, y entonces… otra vez… escuchen… más fuerte… más fuerte… más fuerte!
—¡Basta ya de fingir, malvados! —aullé—. ¡Confieso que lo maté! ¡Levanten esos tablones! ¡Ahí… ahí! ¡Donde está latiendo su horrible corazón!».

-El corazón delator

Edgar Allan Poe.