• MINIFICCIÓN •
Hoy no
Marco de Mendoza
Extendió su mano para conocer su destino. Había de todo. Obscuridad, deseo, locura. Infiernos por despertar que nadie conocía. La gitana tembló y solo atinó a decir: «Hoy no, Lucifer».
• MINIFICCIÓN •
Extendió su mano para conocer su destino. Había de todo. Obscuridad, deseo, locura. Infiernos por despertar que nadie conocía. La gitana tembló y solo atinó a decir: «Hoy no, Lucifer».
«El gitano había estado sentado negligentemente en uno de los costados del carro, observando cada rostro, hasta que dio un brinco ágil desde el eje con las rodillas un poco entumecidas. Era, aparentemente, un hombre de unos treinta años, y toda una belleza a su manera. Llevaba una especie de chaqueta de cazar de color verde y negro, reforzada en el pecho y que solo le llegaba a las caderas; unos pantalones negros bastante ajustados, botas negras, un sombrero verde oscuro y un pañuelo de seda amarilla y granate alrededor del cuello. Su apariencia era curiosamente elegante, y algo cara para ser un gitano. Era también atractivo, y de barbilla prominente, con el aire viejo y engreído de su raza, y parecía no prestar ya ninguna atención a aquellos extraños, mientras guiaba a su caballo fuera de la carretera, preparándose para hacer recular el carro».
-La Virgen y el gitano
D. H. Lawrence
«Su marido se burlaba de Hetty, la llamaba gitana. En realidad era medio gitana, pues su madre lo era, aunque había elegido abandonar a su gente y casarse con un hombre que vivía en una casa. A Fred Pennefather le gustaba su esposa porque era diferente del resto de las mujeres que conocía, y se había casado con ella por eso; pero los hijos temían que su sangre gitana se revelase en algo más grave que los merodeos por las estaciones de ferrocarril. Era una mujer alta, con una lustrosa y abundante cabellera negra, una piel que se bronceaba con facilidad y profundos ojos negros. Vestía colores luminosos, y disfrutaba de los arrebatos de furia y las reconciliaciones repentinas. En sus mejores años, llamaba la atención, era orgullosa y guapa. Todo esto hacía inevitable que la gente de la zona se refiriera a ella como “esa mujer gitana”. Cuando lo oía, contestaba a gritos que no por ello era peor».
-Una anciana y su gato
Doris Lessing