
«Ashenden empleó dos o tres días en conocer Basilea, que no le agradó mucho. Pasó mucho tiempo en las librerías hojeando libros que hubiera merecido la pena leer si la vida fuera mil años más larga. En una ocasión, vio a Gustav en la calle. Al cuarto día, por la mañana, le entregaron una carta mientras se tomaba su café. El sobre llevaba el sello de una firma comercial desconocida para él y en su interior había una hoja de papel mecanografiada. No llevaba dirección ni firma. Ashenden se preguntó si Gustav sería consciente de que una máquina de escribir traicionaba a su dueño de igual modo que la escritura manual. Después de leer dos veces la carta con atención, puso el papel al trasluz para ver si había señales de tinta invisible (no tenía ninguna razón para hacer aquello excepto que el detective de unas novelas lo hacía), después encendió una cerilla, prendió el papel y contempló cómo ardía. Con las manos pulverizó los fragmentos quemados».
-El traidor
W. Somerset Maugham