
«“He soñado con pájaros esta noche”, pensaba Linda. ¿Qué era? Lo había olvidado. Pero lo extraño en esta vida de los objetos, era lo que hacían. Escuchaban, parecían inflarse con un regocijo misterioso e importante; se dilataban y entonces Linda les sentía sonreír. Pero no era para ella sola esa sonrisa astuta, misteriosa; miembros de una sociedad secreta, ellos sonreían entre sí. A veces, cuando se había dormido durante el día, se despertaba sin poder levantar un dedo, ni aun volver los ojos a derecha e izquierda, porque ellos estaban allí. Otras veces, si ella salía de una habitación dejándola vacía, sabía que al ruido del portazo ellos la ocuparían. Y había momentos, por ejemplo, durante la noche, cuando ella subía, dejando abajo a todo el mundo, en que apenas le era posible escaparse de ellos. Entonces no podía apresurarse, no podía tararear una música. Si trataba de decir de la manera más desenvuelta: “¿dónde estará ese dedal viejo?”, ellos no se equivocaban, ellos conocían su miedo, ellos veían cómo volvía la cabeza al pasar delante del espejo. Linda sentía siempre que ellos querían algo de ella y sabía que si se abandonaba y se quedaba tranquila, más que tranquila, silenciosa, inmóvil, ocurriría algo seguramente».
Preludio, Katherine Mansfield.