In God we trust(?)

In God we trust(?)

«Entraron en la posada y revolvieron las cosas de la maleta y del saco de viaje de Aksenov. De pronto, el jefe de policía encontró un cuchillo en el saco.
—¿De quién es esto? —exclamó.
Aksenov se horrorizó al ver que habían sacado un cuchillo ensangrentado de sus cosas.
—¿Por qué está manchado de sangre? —preguntó el jefe de policía.
Aksenov apenas pudo balbucir lo siguiente:—Yo… yo no sé… yo… este cu… no es mío… —De madrugada han encontrado al comerciante, degollado en su cama. La pieza donde habéis pernoctado estaba cerrada por dentro y nadie ha entrado en ella, salvo vosotros dos. Este cuchillo ensangrentado estaba entre tus cosas y, además, por tu cara, se ve que eres culpable».

–Dios ve la verdad pero no la dice cuando quiere.

León Tolstói.

Anuncio publicitario
Pecados sin perdón.

Pecados sin perdón.

• DESCANSAMOS LOS MARTES •

🍸

Un plato roto

Álvaro caminaba en dirección opuesta a casa; como tantas otras veces, como casi todos los días en que llegar a casa era complicado. Sacó de su maletín una pequeña cajetilla rojinegra. Encendió un cigarrillo de frambuesa; cosa habitual ante su estrés. Caminaba bajo aquellos casi 40 grados. Los zapatos de piel se calentaban y la baqueta parecia un sartén donde se cocinaban sus pies. Nada de eso tenía importancia. El sudor era ya un antagonista y sus labios resecos buscaban su lengua para humedecer un poco su agonía. Álvaro no quería pensar, estaba agotado, su pensamiento y su juicio tenían ya una lucha constante que debía resolver.
Caminó hasta aquella palapa en el parque, donde acostumbraba ir a a diario, se sentó, y luego de terminar su cigarrillo y de beber el café que le quedaba en el termo, emprendió el camino de nuevo.
Llegó a casa y como era de esperarse, Alejandra no estaba. Subió a su habitación; estaba dejando su maletín cuando escuchó la puerta de entrada. Era Alejandra que recién llegaba. Bajó, le pidió algo. Ella respondió que luego. Álvaro sintió que la sangre hervía en su interior. Él, acostumbrado a tener el control, a dirigirlo todo, se sintió anulado. Venía de un pesado día en el trabajo; agotado, fastidiado, confundido. Ella solo había resuelto responder sin pensar mucho. Todo se complicó. El reloj parecía no avanzar, su tic-tac sonaba como un pesado hierro siendo golpeado. El viento se tornó helado, los ojos de Alejandra reflejaron resentimiento y miedo. La respiración agitada se intensificó, los latidos del corazón se volcaron, taquicardias. El sudor volaba agitado, la fuerza, el dolor, llanto, gritos. Un plato roto.
Álvaro reza incado frente a un cristo vejado, pide por si mismo. Se cree arrepentido e implora perdón. Sabe que se equivocó, que nunca quiso hacerlo, pero ya nadie lo escucha. Ni siquiera ese dios al que le reza. Hasta Él se olvido de Álvaro, después de que en aquel ataque de ira, tantas otras veces reprimido, asesinara a Alejandra.

Marco de Mendoza.

🍸