«Sólo hay dos clases de gente hoy en día sobre la tierra; sólo dos clases de gente nada más, os lo aseguro. Y no precisamente los buenos y los malos pues ya todos saben que los buenos son medio malos y los malos, medio buenos… ¡No!, las dos clases de gente que hay sobre la tierra son: la gente que se yergue y la gente que se inclina».
«Enemigos o no, los pueblos respetaban al anciano Amaliwak por su sapiencia, su entendimiento de todo y su buen consejo, los años vividos en este mundo, su poder de haber alzado, allá arriba en la cresta de aquella montaña, tres monolitos de piedra que todos, cuando tronaba, llamaban los Tambores de Amaliwak. No era Amaliwak un dios cabal; pero era un hombre que sabía; que sabía de muchas cosas cuyo conocimiento era negado al común de los mortales: que acaso dialogara, alguna vez, con la Gran-Serpiente-Generadora, que, acostada sobre los montes, había engendrado los dioses terribles que rigen el destino de los hombres, dándoles el Bien con el hermoso pico del tucán, semejante al Arco Iris, y el Mal, con la serpiente coral, cuya cabeza diminuta y fina ocultaba el más terrible de los venenos».
«El poder del subconciente, eso que deseamos en lo mas profundo, vendrá a nosotros, para bien o para mal, o al revés. Podemos sostener entonces, que en lo que alguien se convierte, en realidad es, su deseo más profundo».