
«Había aprendido a querer su trabajo, corrigiendo y editando las novelas de otros. Publicando ajeno, se decía. Con los años le había llegado esa serenidad. La de haber descubierto que su creatividad no daba para otra novela y su ambición, menos aún para aguantar la golpiza permanente de los críticos sabatinos. Renunció, pero sin pena. Casi con alivio».
Cita ciegas.
Pedro Ángel Palou.