Blasfemia Perpetrada.

Blasfemia Perpetrada.

«Tal opinión se debía a lo que la gente pensaba de Reynard, ya desde su infancia, y que a su retorno se había reavivado. Justa o injustamente, su aspecto siempre le había granjeado el rechazo: era oscuro, de cabellos y barba de un negro azulado casi sobrenatural; sus ojos almendrados y brillantes le conferían un aire siniestro, perverso. Los supersticiosos atribuían sus ademanes melancólicos y taciturnos a prácticas nigrománticas. Incluso se lo acusaba de haber hecho un pacto con Satanás. Si bien eran vagas conjeturas, los rumores, aunque carentes de pruebas, terminan convirtiéndose en hechos. Quienes sospechaban de los diabólicos tratos de Reynard decían que aquellas dos gárgolas eran la prueba evidente. A menos que lo inspirara el Maligno, nadie podría ser capaz de plasmar semejante obra, que reflejase en la piedra el mal con tal perfección y detalle».

El escultor de gárgolas, Clark Ashton Smith.

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Masquerade.

Masquerade.

«La luz de esa mirada dichosa en los ojos de Shirley perturbaba su mente como si hubiese visto directamente un foco encendido. Apenas recalaba en un instante de relajo, cuando nadie le solicitaba nada ni tenía nada que guardar o sacar de los archivos, se sorprendía pensando en ella, y hasta sentía que la había conocido realmente. Peor aún, sentía como si empezara a enamorarse de ella. Le había ocurrido antes, pero con personas vivas, obviamente».

El retrato.

Dante Bobadilla.

Reverberación.

Reverberación.

«Cuando encontró la fotografía en una de sus viejas libretas de apuntes se dio cuenta de que el deseo era un camino hacia la nada y de que sus intentos por retener a Sofía se habían esfumado. Quizá ella era tan sólo un fantasma o una ilusión, el hechizo que fue posible gracias al obturador y el diafragma al capturar un instante».

El castillo de Atlante.

Jesús Gibrán Alvarado Torres.

Phantasmagoria.

Phantasmagoria.

«La plancha sensibilizada había copiado una especie de gasa flotante que cruzó en dirección a los cielos, cuya presencia hizo estremecer suave y misteriosamente el organismo del fotógrafo, cual si una nube de mentol lo rodeara; y contemplando en la cámara oscura una imagen incolora, sufrió el vértigo de la dicha, el miedo, la sorpresa, la desesperación, todo junto y mezclado, articulando en el colmo de la confusión: — ¡Pálida!… ¡Pero es ella!… ¡Dios mío, creo en ti…!».

¡Pálida!… ¡Pero es ella!…

Clorinda Matto de Turner.