Desperté llorando, de alegría.

Desperté llorando, de alegría.

• DESCANSAMOS LOS MARTES •

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Mi razón

No esperaba despertar llorando. Había dormido mucho y soñado contigo. ¿Qué había en mis sueños que me provocaban llanto? Aquellos días tenía colapsado el sueño, intentaba dormir a tiempo pero no lo conseguía, y es que, ¿cuál era el tiempo? ¿qué determina cuando dormir? y más aún, ¿con quién soñar? Los días eran cortos y las noches largas, en vela. Tomé las píldoras prescritas y me eché a dormir. Di un centenar de vueltas sobre la cama y de pronto no supe de mí.
Ahí estabas, frente a mí. Completamente igual como te imaginé. El cabello oscuro te perfilaba el rostro y esos labios de jugo nuevo que me invitan a besarte, me torturan. Corrí hacia ti, tomé tu mano y de un giro volamos sobre campos de hoja fresca y mares cálidos.
No había pecado, ni temor. Era sol, un cielo insigne y viento alegre.
Pero desperté llorando y aún no sé porqué.
He venido a verte, sigues igual o más brillante. Te he traído flores y me besas a colores. Te abrazo y no puedo soltarte. Lloro. Me abrazas y respiras hondo. Besos a colores. Me tomo de tu mano y caminas a mi lado. He llorado derramado en ti y ahora sé porqué. Porque tú me llenas pleno, porque me sabes a cuero y flores, porque eres todo lo que anhelo. Mi razón.

Marco de Mendoza

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Quizás, quizás, quizás.

Quizás, quizás, quizás.

• DESCANSAMOS LOS MARTES •

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Para siempre

Uno piensa en los para siempre como peldaños de una escalera, como suaves hojas secas bailándole al viento, cabriolas; como un quizá, un sí, y también un no. Pero los para siempre son simples y burdos juguetes del lenguaje, son como vaho pasajero de un día lluvioso que vienen, y sin titubeo luego se van. No existen los para siempre, los creamos soñando; soñadores de esperanzas, ninfulas quimeras. Pero son los para siempre alimento de pescador, que a un mar inmenso y agitado vuelcan su intención, que entre un sueño y un placebo buscan redención, pues un para siempre, es un buen comienzo en su pasión. Y es que de la pasión son los para siempre, de ella son fruto y caución, pacto mutilado; bendito precaver.
Como una ola, como un trasiego, como un toro enardecido; así son los para siempre cuando se esfuman. Como un cristal roto que se blande amenazante. Los para siempre no existen.
Somos esclavos sin proceder, fieles autómatas del decir un para siempre, alimentados por la implosión de un enérgico momento; de la intensidad, del placer, de los sueños blandos, de los menesteres tuyos y míos, propios del éxtasis, de nuestro calor y tu sabor.
¿Pero qué seríamos sin todos los para siempre?, ¿qué seríamos sin siquiera un sólo para siempre?
Al final, son lo que cuentan por ahí, lo que de ellos quedó, el paisaje desolado de un quizá, que se esfumó en un para siempre. Somos tú y yo, en franca filautía.

Marco de Mendoza

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