«¡Cuánto había esperado aquel momento! Lo que ahora sentía no tenía ningún punto de contacto con nada de lo que había sentido anteriormente: era algo único, maravilloso. Algo así como una perla perfecta puesta junto a otra de notoria imperfección…¿Cómo podría ella describir su felicidad?Imposible. Era como un sueño del que aún no había despertado del todo. Había tenido valor para luchar contra los acontecimientos y ahora, de repente, se daba cuenta de que su lucha había terminado. Y no era sólo esto, sino que ahora sabía que aquella lucha le iba a producir unos frutos inmediatos, que había alcanzado la meta que se había fijado hacía mucho tiempo. Sentía que formaba parte de aquella habitación, de “su” habitación, del gran ramo de anémonas que la adornaba, de la blanca cortina que se agitaba a impulsos de la ligera brisa, de los espejos, de las mullidas alfombras. Que formaba parte del glorioso tañido de campanas que era la vida, que ella misma era una partícula de la vida, de la luz…».
Aromas. Son tan diversos,
contrastantes y evocadores, que a veces tienen la fuerza suficiente para
llevarnos a un sitio en el pasado o provocarnos sensaciones luminosas y también
malamente, desagradables. Pero hoy quiero hablar solo de las sensaciones placenteras
que nos provoca oler, sentir.
Hay muchas maneras de evocar recuerdos, pero sin duda, a mí los aromas me llevan de inmediato a momentos y personas. Cuando adolescente, recuerdo que solía usar una colonia fresca y con esencia de romero. Ahora todos los días de camino al trabajo, cruzo junto a una casa que en gran parte de su jardín tiene romero. Me detengo por un momento, inhalo, y de inmediato ese devenir de momentos, de instantes; todos repletos de felicidad. Así huelo yo al romero.
Seguramente todos tenemos una esencia que nos rememora algo, un lugar, una o varias personas, una situación particular, a la familia; por ejemplo, mi madre me solía preguntar por qué iba tanto a aquel sitio de pizzas a la leña. —Pareciera que estoy en casa de los abuelos, le decía yo.
A veces llegaba dormido en el
auto, y el aroma a pan recién horneado me despertaba. Aquel aroma del horno
agitando sus brazas era saber que mis abuelos estaban cerca. Ahora cada que
percibo ese aroma, ellos vuelven e instintivamente sonrío. El abuelo había construido
ese horno a petición de mí abuela. Era fantástico llegar y comer de ese pan
tibio, esponjoso y aromático. Pero era aún mejor cuando juntos, entre los
primos y mis abuelos, hacíamos el pan, lo decorábamos y lo metíamos al horno y
luego, esperábamos sentados en el balcón con una taza de té de limón. Otro aroma
poderoso.
Ahora, faltan pocos días para
navidad y yo solo espero ese aroma tan característico del ponche y de las
nochebuenas, porque me recuerda a la familia. Reunidos en torno a una mesa, en
espera de compartir risas, sueños y esperanzas.
También esta ese aroma dulce
hasta empalagar de la profesora de física en la preparatoria, siempre que lo
percibo, recuerdo el martirio de sus clases llenas de este almizcle que a mí,
me provocaba las náuseas, y a mis compañeros risas incansables al ver mi rostro
torturado. Hasta que un día la profesora misma se dio cuenta de ello y solo
cambio a otro 1% menos dulce. Eso fue razón suficiente para que mi
enamoramiento tácito no prosperara.
Hay aromas para todos los recuerdos. Aromas que entrelazan abrazos, felicidad, besos y costumbres. Yo estoy seguro de que entre el día a día, entre tanto y todo, hay un aroma que les recuerda lo feliz que fueron, lo dichosos que se sintieron o lo risible de una anécdota, y ojalá que en medio de todo eso, siempre podamos inhalar y sonreír.