“No es cierto que los gatos nunca se rían. Los seres humanos se equivocan al pensar que son las únicas criaturas capaces de hacerlo. Cuando me río, los orificios nasales se me ponen triangulares y la nuez me tiembla. Pero mis amos parecen no darse cuenta”.
«Moco era un garabato seco, de nariz caída y ojos fuera de la cara. Había sido músico y adivino y espiritista en alguna parte. Él fue quien metió aquella fiebre en todos. Comenzó a hablar de fuerzas secretas y señales en la manigua, y todos tambaleábamos. Amiana lo tenía para eso, para opiar a la gente y divinizar a Amiana. La isla, decía, había surgido para sostener a Amiana; los espíritus le traían hombres para que se sirviera de ellos, y lo guardaban para que nadie pudiera tocarlo. Amiana quería a Moco por esto. Nosotros sabíamos, algunos, que Moco no había sido nunca espiritista, que en su cabeza había otra cosa. Había sido violinista en un teatro al aire libre, y nada más. Ahora vivía por la manigua, oculto en los matorrales, y en cuevas que hacía en el suelo, hablando con los espíritus, decía a Amiana. A veces adivinaba cosas. Tenía una vista muy aguda y fingía veinte caras, y averiguaba. Sabía algo de astronomía y había adivinado el ciclón. Era el sacerdote de la isla. —¡Voy a adormecer a la gente! —decía a Amiana».