Kinich Ahau.

Kinich Ahau.

«—Soy un Alacrán. Un hijo de Síina’an Yaach que fue arrancado del nido junto con otros para que en un juego de pelota se decidiera el destino de toda una ciudad.
—Todo guerrero que es elegido para recrear la creación de Tsiík Kaaj, las tierras salvajes, en el pok ta pok debería sentirse orgulloso. Ha sido escogido como guardián de su pueblo, defensor de las tradiciones y servidor de la verdad.
—Eso lo dices tú porque nunca has estado golpeando un caucho duro con la cadera durante horas. Yo sólo soy un sobreviviente. No estoy obligado a defender a nadie si no hay un precio de por medio. No sirvo ni ideales efímeros, ni a dioses, ni reyes o naciones».

El alacrán.

Paulo César Ramírez Villaseñor.

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Elcicihuilztli.

Elcicihuilztli.

«La aldea vacía, salvo utensilios abandonados. Y figuras humanas con ojos vacíos. Todos sus habitantes, o lo que quedaba de ellos, estaban ahí, de pie e inmóviles, personas que habían muerto por los Suqra que habían perdido el control, robado sus cuerpos, así que sus almas no estarían tranquilas, no disfrutarían de la paz. Estaban atados a ese lugar: hombres fuertes y sanos, mujeres que habían sido alegres alguna vez, y lo peor: niños. Niños quietos como estatuas».

El canto de Killari.

Ernesto F. Montemayor.

Ah Puch.

Ah Puch.

«Tezcatlipoca no se esperaba eso, estaba tan sorprendido como Huitz. “Los seres de este mundo son muy interesantes”, pensó. Caminó lento hacía los amantes y Huitz enfurecido tomó su arma y quiso asesinarlo pero su cuerpo se detuvo, estaba paralizado. El jaguar tomó forma de hombre y su tobillo de hueso resaltaba de entre su piel. Huitz supo de quién se trataba y lo injurió».

El guerrero águila y el jaguar nocturno.

Rubén Caballero Petrova.

Dios de la Lluvia.

Dios de la Lluvia.

• PLUMA INVITADA •

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Además de ser un entrenamiento infantil, estos objetos (en apariencia inocuos) constituyen piezas simbólicas y elementos de culto.

El licor de la tierra.

Indispensable para la vida y el cultivo del maíz, alimento básico de los mesoaméricanos, la lluvia estaba regida por un dios. En el caso de los mexicas se trataba de Tlaloc («el licor de la tierra», en náhuatl). Aunque estrictamente se trataba de aguas provenientes del cielo, es decir, la lluvia. Su creación se debe a los hijos de la pareja primigenia: Xipe Tótec, Tezcatlipoca, Huitzilopochtli y Quetzalcóatl, quienes le dieron como compañera a Chalchiuhtlicue, ella sí –con mayor exactitud– diosa de las aguas terrestres. Para cumplir su cometido, Tláloc contaba con los tlaloques, que al pelear rompían cántaros de agua con sus bastones, produciendo el rayo, el relámpago y la lluvia. El equivalente de esta deidad entre los matas era Chaac, entre los zapotecas, Cocijo; entre los mixtecos, Dzahui. Su efigie más conocida se localiza hoy en día en la entrada del Museo Nacional de Antropología e Historia, en la Ciudad de México.

Dios / CulturaNahuaMayaZapotecaMixteca
Dios de la LluviaTlálocChaacPitao CocijoÑuhu Savi o Dzahui

Luis Felipe Brice.