
«Alguien me arrastra.
La pena me arranca lágrimas que dejan surcos blancos.
¡Por favor!, suplico. Y, al abrir la boca, los dientes se clavan en el suelo y pierdo la mandíbula. Manos, orejas se desprenden de mi cuerpo como terrones secos. Es como si fuera desarmándome a cada paso. No hay dolor, pero siguen arrastrándome. Huelo un aliento espantoso y no necesito adivinar de quién es. Ella me suelta y apunta hacia mí con un dedo mugroso, uñas más negras que la noche de la Muerte.
Tenía muchos sueños por cumplir, pienso. No es justo.
Mi pecho se abre y el corazón se me cae como una manzana podrida.
La Muerte ríe. Tanto, que el universo —o donde fuese que estoy— retumba como el rugir de una tormenta.
Una tormenta que ahora se apaga, más y más en la Noche infinita».
El secreto de Morfeo.
Víctor Coviello.
¹ Maurice Maeterlinck.