
«No pude reprimir un grito de horror cuando lo vi por primera vez. Era lúgubre, siniestro. Con grandes ojos amarillentos, casi redondos y sin parpadeo, que parecían penetrar através de las cosas y de las personas.
Mi vida desdichada se convirtió en un infierno. La misma noche de su llegada supliqué a mi marido que no me condenara a la tortura de su compañía. No podía resistirlo; me inspiraba desconfianza y horror. ‘Es completamente inofensivo —dijo mi marido mirándome con marcada inditerencía—. Te acostumbrarás a su compañía y si no lo consigues…’ No hubo manera de convencerlo de que se lo llevara. Se quedó en nuestra casa».
-El huésped
Amparo Dávila.