Amanita Muscaria.

Amanita Muscaria.

• PLUMA INVITADA •

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La amanita muscaria es la seta más popular, venenosa, aunque utilizada desde la antigüedad por sus efectos alucinógenos.

Una seta de cuento, pero peligrosa.

La amanita muscaria es un hongo conocidísimo que aparece constantemente en infinidad de libros de duendes, gnomos, elfos… y también en las portadas de gran número de guías micológicas. De sombrero rojo-escarlata, moteado con puntos blancos, y de pie blanco, tiene infinidad de nombres: falsa oronja, oropéndola loca, en euskera kuleto falsoa, en catalán reig bord, oriol foll, reig de fageda… Pero vulgarmente se la conoce como ‘matamoscas’. Y es que este hongo atrae a estos insectos y los fulmina con una notable facilidad.

Sus componentes tóxicos (ácido iboténico, muscimol…) actúan sobre el sistema nervioso, pero su acción es variable. Suelen causar vómitos, agitación psicomotriz, síntomas que recuerdan a la borrachera y a veces depresión neurológica.

La amanita muscaria era utilizada hace ya miles de años por numesosas culturas por sus efectos alucinógenos, pero también ‘vigorizantes’, por llamarlos de alguna manera. En Siberia, por ejemplo, se la conoce como muchumor o mukhomor, y remontándose a 6.000 años de antigüedad, su nombre era panx, que deriva de la misma raíz indoeuropea que la palabra para designar ‘embriaguez’, uno de los efectos que puede desencadenar el consumo de esta seta, que en grandes cantidades puede llevar a una persona al coma.

La consumían principalmente los chamanes. Pero repasando la historia de esta seta podemos llegar a los bersekers, una ‘casta’ de guerreros vikingos. Eran temidos ya que entraban en una especie de trance que les hacía ser insensibles al dolor y lanzarse a la lucha hasta sin escudos y con una terrible furia. Algunos estudios apuntan a que estos efectos se debían a la bufotenina, también presente en la amanita muscaria. Los koryaks, pueblo indígena de Kamchatka, en el extremo oriente de Rusia, también los consumían secándolas al sol o en forma de extracto con agua, leche de reno o plantas. Se dice que los sacerdotes hindúes, tomaban un líquido conocido como soma, que no era otra cosa que la orina de un esclavo al que le habían obligado a comerse amanitas muscaria. ¿Para qué? Pues porque todas las sustancias nocivas de la seta se quedaban en los riñones, el hígado, etc., del esclavo y los sacerdotes podían experimentar los efectos alucinógenos de la seta sin asumir riesgos físicos.

La amanita muscaria tiene un llamativo rojo-escarlata sobre la que quedan unas características manchas blancas. Sin embargo, con fuertes lluvias, este color intenso puede descolorarse para presentar una tonalidad anaranjada, e incluso amarillenta, llegando a perder sus motas blancas, de ahí que también se le llame falsa oronja.

Las amanitas muscarias son habituales en los cuentos de hadas.

Esta seta crece en bosques en los que se encuentran determinados árboles: abedules, hayas, el pino negro y los abetos. Eclosiona principalmente en las épocas lluviosas que coinciden con el final de verano, prefiriendo un clima ligeramente más frío que el resto de las setas.

José Luis Ondovilla.

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Sassy.

Sassy.

«Por el color del cielo supo que quedaban solo segundos de luz, así que prescindió de preámbulos. Fue hacia ella, la abrazó sin dulzura y la tumbó de espaldas sobre la arena, de acuerdo a un modo de comportarse que le llegaba de muy lejos, de más allá de la memoria. Un último rayo de sol, ya muy tenue, se confundió con la mirada dorada que ella clavaba en los ojos del hombre que la poseía, y, antes de evanescerse, le atravesó limpiamente el rostro como dicen que hace siempre el sol con los duendes».

La duende.

Rafael Sender.

En México tenemos Aluxes.

En México tenemos Aluxes.

«Busbuskalai apareció en el fregadero. Ya empiezan los problemas. Otra vez se prepara para estropearme el día. Empieza temprano, durante el desayuno. Será tan descarado que ni siquiera esperará a que los niños se vayan al colegio. ¡Que se enteren del tipo de padre que tienen! Decido ponerle freno a toda la mierda que pueda pasar; me levanto bruscamente de la mesa, salto sobre el fregadero y le doy un puñetazo en la cara. Los platos vuelan en todas direcciones y Busbuskalai queda aturdido entre los escombros. Espero a ver si ahora me deja en paz».

Pequeño duende casero.

Senko Karuza.