• DESCANSAMOS LOS MARTES •
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En la actualidad todo es «tóxico», las personas, las relaciones, usar el microondas, pasar tanto tiempo en internet, ésta misma carta envenenada. Ha cobrado tanto auge la singular palabra que es raro imaginar a alguien que no lo haya usado en un día común y corriente o que no surga espontáneamente en una conversación casual.
Y entonces… ¿Intentar agradar es una conducta tóxica? Debe ser algo arraigado en nuestros genes de bestia: ¿No el pavo real danza para su amado? Ya lo goglié, es el ave del paraíso. Y así el resto: el caballito de mar cambia de color, los monos llevan serenatas, los pájaros construyen nidos, los flamingos aprenden un complejo baile con 136 movimientos posibles.
Surge entonces la anécdota de una conversación no tan casual: Por aquello del primer o el segundo mes -simularé toxicidad- de esta relación que es como una montaña rusa tóxica, mi yo primitivo buscó una manera de agradar al ser amado y le compré una taza que me había encantado -solemos regalar lo que nos gusta, yo colecciono tazas- y haciéndola de mileniall, le tomé una foto y se la mandé; la modernidad y las bases de la relación no dieron una respuesta categórica, por el contrario, vino un: «¿Sólo compraste una? ¿Por qué no dos?» ¿Dos?, pregunté con mi corazón atenazado -claro, lo estoy ficcionando-. «Pues una para ti y otra para mí…» -vino una fracción de segundo que alcancé a notar- «Amor». Terminó. Y ahí estaba, aquella palabra que era como esos aromatizantes que disfrazan los olores, me sedó, dejé de preocuparme por toxicidades, intentos de llenado de vacíos y todas esas patrañas que terminan haciéndote preguntar si no necesitas un neuroestimulador…
Tan competitivo como siempre, no me iba a dejar vencer, frente a aquella patología, presené una aún mayor, por allá del tercer o cuarto mes, llegué con dos tazas idénticas: «Una para ti y otra para mí», terminé todo romántico, y no sólo eso, le agregué una obsesión, me propuse regalarle tazas todos los meses par en que cumplamos mes… ¿Dónde terminó aquello? Estamos pensando dedicar una pared-repisa de la casa para todo el tacerío…
Al final, a mí siempre me queda una pregunta sin resolver: ¿Qué se esconde detrás de esa necesidad nuestra de agradar a los demás?
Alfredo Beltrán León.
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