
«Eugenia se cubría el rostro con las manos. Lloraba. A don Cosme se le hizo un nudo en la boca del estómago. ¿Cómo era posible? Vio ese cuerpo pequeño, magullado, sucio por el sudor y por la sangre. Los golpes no sólo eran de su violador, seguramente también eran de la turba, que la había castigado por dejarse mancillar. Quería tirar se al suelo, decirle: “Mi pobre niña”, limpiarle las heridas con sus besos, pasarle la lengua por la piel como otras veces».
La turba.
Hernán Arturo Ruiz.