
«Fue entonces cuando Baegert pudo ver con claridad que él era guaycura. Que el temor por él experimentado ante ese mundo nuevo lo disimulaba muy bien el asombro y sus vaivenes expresivos, entre la crítica implacablemente religiosa y el regodeo imagínico de tonalidades poéticas. Que su estatura intelectual y su vanidad europea le habían impedido verse reflejado en los modelos indígenas: corría también descalzo entre los cerros, comía una hierba aquí u otra más allá, no podía armar un breve discurso, era ágrafo, estaba lleno de temores a los caballos y a los rifles de los soldados del presidio, era mentiroso, piojoso, desentendido de sus hijos, polígamo, etc… ¡Qué espejo tan primitivo y tan moderno!».
Charcos de polvo lunar,
Raúl Antonio Cota.

RECOMENDACIÓN DEL BLOG
