Minientrada

El perifoneo de nuestra gran ciudad.

• PLUMA INVITADA •

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Los sonidos de hoy.

Con la prensa, el advenimiento del Internet y sus consecuencias, podríamos pensar que el pregón está agonizando, pero sólo ha cambiado sus códigos, adaptándose para seguir existiendo: el claqueo rítmico del caballo, burro o mulita famélicos que jalaban un pequeño remolque retacado de colchones viejos y dos ropavejeros, ha sido sustituido –no totalmente– por una camioneta con una bocina que repite una grabación que, más que pregón, parece un lamento fúnebre: «Se compran colchones, tambores, refrigeradores, estufas, lavadoras, microondas o algo de fierro viejo que vendaaaaa…».

Si bien ya no escuchamos al tortero que en su bicicleta anuncia su mercancía: «Hay tortas, tortitas; qué sabrosas son las tortas», como lo representó Buñuel en Los Olvidados (1950), hoy todavía rueda el triciclo que con una voz aguda y nasal anuncia a través de una bocina: «Hay tamales oaxaqueños, tamales calientitos; pida sus ricos tamales oaxaqueños. Acérquese y pida sus ricos ramales oaxaqueños…», al infinito.

El «indio con las tentadoras canastas de frutas», como escribió Salvador Novo en sus crónicas, dio paso a la camioneta en la que, con el mismo recurso de la bocina, una mujer va improvisando: «Naranja dulce, naranja fresca…». El potente silbato que produce el vapor del carrito camotero anuncia la vendimia de plátanos y camotes; la bocina del automóvil antiguo, el pan dulce, y el taciturno silbato que recuerda la llegada del tren que sólo escuchan los habitantes de las colonias del norte de la ciudad y un poco las del centro cuando todo está callado.

Así, un sábado y desde nuestra cama podemos escuchar «el gaaas» a todo pulmón; de vez en vez –y con menos frecuencia– al afilador que recorre con su boca sopladora las notas más graves y las más altas de una flauta de pan para que cuchillos y tijeras sean afilados. Y a propósito de flautas de pan, cómo olvidar al organillero que pide dinero a los transeúntes a cambio de hacer su gran caja musical.

Nina Paz y Soto.

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