¡El bendito Dios del Vino!

¡El bendito Dios del Vino!

• PLUMA INVITADA •

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Dionisio, el misterio de la vida.

Concebido por Zeus en una de sus tantas escapadas con una mortal a espaldas de su celosa consorte, Dioniso tendría que haber sido un semidiós, un héroe como otros tantos vástagos del padre del Olimpo, encadenados a la condición humana y con un destino heroico que cumplir. Ocurre que cuando la diosa Hera, cayó en cuenta de la infidelidad de Zeus con la princesa Sémele, embarazada ya de Dioniso, acudió bajo la apariencia de una anciana para convencerla de pedir a su marido que se mostrase en su esplendor divino cuando la visitara. Fue cosa de primero hacer que Zeus jurara por la laguna Estigia, compromiso del cual ni los dioses podían retractarse, que tratara de disuadirla sin éxito, y después hacer que la princesa cayera fulminada ante la visión deslumbrante del dios del rayo, quien de inmediato se preocuparía por rescatar al feto entre las cenizas y coserlo a uno de sus muslos, en parte para esconderlo de Hera y en parte para concluir su gestación. El dios del vino nace, entonces, no de una mortal sino del cuerpo del mismo Zeus, por eso es un dios nacido dos veces y destinado a resucitar.

Su lugar se halla en la cima del monte Olimpo, morada de los dioses, pero a diferencia de estos, Dioniso prefiere las grutas y convive con los mortales más que los demás dioses, quizá porque también tiene una familia humana con la que interactúa al punto de la intriga.

Del hijo divino de Sémele sorprende la inmediatez de su contacto con lo humano, la compañía constante de mujeres. Si se quiere racionalizar la mundanidad del dios, habría que mencionar que su principal atributo, el vino, es accesible a cualquiera, ya sea rico o pobre, trabajador del campo u orfebre en la ciudad, poeta o filósofo. Bendición que alivia penas y fatigas, la presencia de Baco se deja sentir desde el primer trago: las libaciones, gotas de vino derramado, se practicaban en banquetes o a cualquier hora del día, no solo en rituales y ceremonias importantes. Divinidades de la Tierra, el Cielo o el Inframundo aceptaban el don universal de Dioniso.

Del cortejo dionisiaco surge inevitablemente la imagen del carnaval y Bromios, uno de los tantos epítetos del dios, “el ruidoso”. Lo importante de este desfile, sin embargo, no es el residuo de fiesta popular, sino el espectáculo en sí, la visión del flujo de la vida en todas su formas que se revela a quienes participan en el evento. Se sabe que la comedia, la sátira y la tragedia nacen de rituales báquicos. Dioniso se reconoce como el dios del teatro, término que significa “lugar para ver”, una forma de visión que implica una epifanía: revelación de la divinidad durante la escenificación del mito de “aquel tiempo” (illo tempore), en el que se manifestó una realidad universal.

Lo importante es que el espectador participa del ritual con el solo hecho de ver y estar ahí: imposible ser testigo de una manifestación de lo divino sin ser afectado. De tal manera que el teatro se convertía en espacio sagrado; el público ateniense lo veía con respeto, sabía que la máscara (prósopon) que utilizaba el actor para presentarse lo convertía en el dios o en el personaje mítico de la representación. En el teatro original no había manera de ver y evitar la participación mística. Ver compromete.

Dioniso es un dios de máscaras. Puede manifestarse en la apariencia de un niño o de un adolescente sensual y delicado. En una de las versiones del mito, sus guardianes lo mantienen vestido de mujer para esconderlo de la diosa Hera, su madrastra, o adquiere diferentes formas de animales, como la cabra o el toro. Este niño dios nació con cuernos: inagotables como las manifestaciones de la naturaleza son sus epifanías, sin límites ni definiciones en cuanto al sexo, maneras de amar y transformaciones animales que representan a la vida como es. Tal es el desfile de la orgía perpetua que ofrece Baco.

Debido a esa inmediatez de la vida con la que plantas y animales (lo animado que nunca deja de transformarse) se le revelan al individuo, a Dioniso hay que comerlo crudo. Las bacantes practicaban la omofagia, podían comer un leopardo o algún ciervo al instante de despedazarlo. El éxtasis dionisiaco enseñaba que la naturaleza toda era el cuerpo del dios. El sacrificio en los misterios dionisiacos, es el más crudo de todos los que se practicaban en la Antigüedad, en él la sacralización de la naturaleza es directa. El misto, o iniciado, se sabía parte del cuerpo divino, rebosante de flujos y transformaciones inagotables, sacrificador y sacrificado se convertían en parte de lo mismo. Por medio de la danza, el arte que es puro gesto, Dioniso anulaba la distancia entre lo humano y lo divino.

La lección del dios del vino es que la Zoe vence siempre, gana la vida. Cuanto menos capaz se muestre una civilización de reconocer y honrar al dios del frenesí vital, peores las consecuencias.

Dioniso significa el éxtasis de la participación mística y el pavor de lo sagrado. Cada uno de los dioses del panteón provoca algo equivalente: el trance de la pitonisa nunca ocurría de manera racional y calculada. Para algunos autores de la Antigüedad, la sacerdotisa de Apolo respiraba los efluvios de un manantial sagrado como preparación para el trance. Desde esta perspectiva, habría que recibir el precepto délfico (“conócete a ti mismo”), que pregonaba Sócrates como amigo de su propio daimón, que no implicaba negar la naturaleza, sino vivir de acuerdo con ella.

Zagreo (Zagreus) correspondería al nombre del primer Dioniso, que ya en la época clásica se refiere a ese niño dios que los titanes despedazan y devoran por orden de Hera. Solo sobrevive el corazón, mismo que en algunas versiones Zeus se come y es el que recibe el hijo de Sémele en el muslo del padre. En todo caso, resulta más claro asociar las tradiciones y las enseñanzas de tales misterios con el Egipto antiguo y rituales como el culto a Osiris, dios que también muere y resucita.

Las llamadas influencias o cultos “importados” tienden a arraigar mejor cuando la cultura local reconoce a la nueva divinidad como expresión de una fuerza que estaba ahí desde siempre, quizá con otros nombres y ritos. Como ocurre con los sueños, en la lógica del mito cualquier dato porta una carga simbólica. El arribo de Dioniso significa que se trata de un dios que llega, que irrumpe en la vida y que resulta fatal no reconocerlo. Si Bromios se asocia, entonces, al frenesí constante de los impulsos vitales, a la vida misma en todas y cualquiera de sus expresiones, el dios del vino nunca puede estar ausente. La ausencia aparente de Baco solo puede significar muerte o avalancha de vida, tsunami de bacantes despedazando lo que encuentren a su paso.

Dentro de los ciclos de la vida, la naturaleza vegetal y animal experimenta la muerte y la descomposición, destino que comparte con el ser humano, misterio de toda transformación y garantía de la fuerza indestructible de la vida.

Dioniso, hijo de Júpiter, descubrió la miel, y las ménades bailaban por donde corrían la leche, la miel y el vino, néctar puro que el ser humano prueba desde que nace. Miel y vino, bebidas de fermentación y renovación de la vida, dones báquicos asociados también a la danza, la de las abejas y la del ritmo del pisoteo de las uvas machacadas por los pies de los cultivadores conscientes de que la técnica habría sido enseñada por el mismo Dioniso.

Importa insistir en que Dioniso está siempre ahí, la fiesta y el carnaval son solo recordatorios, no momentos especiales en los que el dios se manifiesta, pues la vida en sus múltiples formas nunca deja de manifestarse; la celebración de la naturaleza no debería considerarse ruptura con lo cotidiano y liberación de la rutina, sino la manera más auténtica de purificar y renovar las fuerzas vitales del individuo y la comunidad al sumergirse en el flujo del eros y sus metamorfosis.

Javier Betancourt.

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Carne Trémula.

Carne Trémula.

Te desnudas frente al espejo y ves tu cuerpo, tocado por tan pocos hombres y gozado en verdad por ninguno. Y suspiras con cierta nostalgia al ver tus senos erectos, tus pezones carnosos, y recuerdas que las líneas de tu cuerpo, de esbelta suavidad, han logrado encender ánimos. Sabes bien quiénes han flaqueado por el rictus de tus labios y la ondulación de tu cabeza cuando la haces girar impensada­mente. Y lo único que ha podido impedirte el pleno goce de la vida ha sido tu inculcado temor, tu ancestral peso de siglos, el de tu bisabuela, el de tu abuela, el de tu madre, algo más atenuado en cada caso aunque siempre presente: la vigilancia constante de papá, el celo por la virginidad, por la decencia, por el decoro y, todo lo demás. Crees que ha llegado el momento de romper esos atavismos

-La decisión

José Alcántara Almánzar.

La ventana indiscreta.

La ventana indiscreta.

La ventana de la izquierda me llevaba a la dulce vida privada de una pareja. La curiosidad me apremiaba a llegar temprano a casa e inmediatamente me colocaba en un buen lugar de observación. La mujer entraba a eso de las cinco y media, se desnudaba rápidamente y empezaba a realizar los quehaceres para que su hombre encontrara limpias las habitaciones y lista la comida. Era algo gorda; joven, eso sí, y muy dinámica; no se sentaba nunca, parecía una abeja en actividad constante. Cuando llegaba su hombre, ella lo besaba y se quedaban abrazados un momento. Luego él ponía sobre una mesa el periódico que traía bajo el brazo y se tiraba en la cama, lleno de apetitos impostergables, llamando a su mujer con las manos extendidas. Ella lo miraba golosa, vacilando entre ocuparse de la olla que había dejado en la estufa y el placer que le prometía su amado y sin pensarlo mucho corría una delgada cortina y se echaba sobre su hombre. El visillo me nublaba la imagen. A prima noche y con las luces sin encender aún era muy poco lo que podía ver a través del fino velo que la mujer interponía entre ellos y yo. Me complacía el movimiento de aquellos cuerpos en íntima comunicación, aquella alegre fiesta de la carne sudorosa y tensa, adivinada más que efectivamente vista desde mi puesto de mira.

-Ruidos

José Alcántara Almánzar

Sabor morbo.

Sabor morbo.

«Nancy se acercó con cautela gatuna y comenzó a quitarme la ropa. Ponía cuidado morboso en ese acto sensual tan frecuente en su trabajo. Debía estar acostumbrada a las posesiones violentas, a hombres que le sacan provecho a cada segundo. Yo, en cambio, era un rorro, al que había que enseñar a hacer las cosas. Y eso atraía su curiosidad, la encandilaba, provocara ademanes y frases. Sin darme cuenta quedé desnudo sobre la carne. Nancy contempló mi cuerpo con ojos voraces y pasó su mano por mi carne, ahora hecha piel de gallina. Sentí vergüenza, giré la cabeza hacia la pared, me cubrí con la sábana. Ese rechazo exacerbó su ánimo, pues tiró de la sábana firmemente, aunque sin violencia, y descubrió mi cuerno rígido».

-Con papá en casa de Madame Sophie

José Alcántara Almázar

De principio a fin.

De principio a fin.

• DESCANSAMOS LOS MARTES •

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Té, querré.

Te querré con los sonidos del viento: acompasado, claridoso, vehemente y poderoso.
Te querré por quién eres, por quién fuiste y por quién un día serás.
Te querré a latidos fuertes, inimaginables y profusos, como tu alma. Potente.
Te querré de día, o de noche; también en la madrugada, donde preso de tu sueño te abrace y hasta con furia te posea.
Te querré indomable y libre, vociferante; porque así te quiero, te querré.
Te querré un domingo por la mañana disfrutando del café, leyendo a Borges, a Fuentes, o a Camus y también a Cortázar. Y si no leemos por instinto animal a Sade, sin decoro y con lujuria mío te haré, más te querré, con tu cuerpo ansioso y entregado que es mi templo venerado en reciedumbre.
Te querré al paso de los años, cuando el cansansio mengue y calme todo. Te querré aún más porque mi vida ya habrá sido toda tuya, eterna; como en sueño placido.
Te querré hoy y luego más tarde otro día cualquiera, porque para amarte solo necesité mirarte dentro, muy dentro.

Marco de Mendoza

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—Anoche soñe contigo—Cuéntame, ¿cómo fue?

—Anoche soñe contigo—Cuéntame, ¿cómo fue?

• DESCANSAMOS LOS MARTES •

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Libido

Prisionero quiero ser. Como un pájaro que en pleno vuelo, ávido de libertad, encontró en ti su jaula y su paz. Quiero entrar en esa jaula, teñirla de blanco y vivir ahí, con la libertad y satisfacción de entrar y salir y con ello, verte soñar. Vibrar, brillar. Quiero en ella posar, pajaro en celo aletear, dominar, dejarse llevar. Poseer. Aprisioname en tu jaula impoluta, y menguar ahí mis ganas, mi fuerza, mi alma en libertad. Que nada quede fuera de ella. Pájaro amante cautivo, que goza la andanada que esparce en su jaula, toda plena, toda tuya. Es tu jaula mi sitio y su calidez mi delirio. Su sabor a libido intenso que marea, que derrite; es todo lo que me altera. Me despierto en las mañanas, ave taciturna y enjuta, que al pliegue de esta jaula proteico despierta. Rigido, vigoroso y hasta engreido, toma forma, aleteo adusto. Llena su hogar, su jaula, la posee y transforma. Toda ella es vida, su vida y al teñirla de suave almibar blanco, sabe que es suya, que se pertenecen; pájaro sobrio y jaula bendita que al vilo comulgan, que son uno, que se entregan, se renuevan. Brisa cálida, candor jadeante; la jaula abre, la jaula cierra, al paso incesante de su ave, estremece. Pájaro vuelve con rabia, con anhelo.Penetra. Silencio. La jaula devora al pardillo cerril. Consumada prision en que hemos triunfado ya.

Marco de Mendoza

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«Castidad, la más antinatural de las pervesiones sexuales».¹

«Castidad, la más antinatural de las pervesiones sexuales».¹

«A esa mujer que me acompañaba hasta el trabajo todos los días en el autobús le importaba poco si a mí me parecía denigrante que su amante decidiera sacar la polla en el último momento y se le antojara correrse sobre su rostro, desfigurado por el deseo. A ella podía gustarle sentirse marcada, excitada al notar el abandono de su macho en ese sublime instante, en el que sólo estaban ellos y sus vicios».

Confesar un fetiche: Infidelidad.

Magela Gracia.


¹Aldous Huxley.

Etéreo.

Etéreo.

«La mujer sonriendo ya sin la bata desde la cama, empezó a parecerle enorme a medida que se iba quitando la ropa. Se arrimó al calor del fuego inquieto para terminar de desnudarse. Después la gorda se hizo cargo de él con experta paciencia; bondadosa y maternal.
Hasta que pudo, triunfal, iniciar su viaje de ida y vuelta en el túnel invisible, húmedo y sombrío, ida y vuelta hasta lograr verle la cara a dios por primera vez en su vida».

-Ida y vuelta

Juan Carlos Onetti.