
«Se llevó un Old Gold a los labios, buscó una cerilla y suspiró al no encontrarla. La muchacha salió del umbral. Le tendió un encendedor pequeño y barato. Mientras la llama palpitaba, sus ojos, pálidos, apagados, de un verde gatuno, se clavaron en él con alarmante intensidad; tenían una mirada perpleja, asombrada, como si se hubieran quedado abiertos para siempre después de presenciar un hecho terrible. Un flequillo irregular le caía sobre la frente; el corte de pelo a lo chico resaltaba el aspecto juvenil, un tanto poético, de su cara delgada y sus mejillas hundidas; el tipo de rostro que suelen tener los jóvenes en los cuadros medievales.»
-El halcón decapitado
Truman Capote.