• DESCANSAMOS LOS MARTES •
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Cómplices
Camino trémulo; pensando, considerando si acaso volver o mejor huir. La obscuridad de la madrugada nubla mi vista, mi raciocinio incluso. Las manos llenas de sangre gotean el piso azulejado, lo tiñen, y yo en desconcierto no decido qué hacer. Se escuchan voces, voces que no distingo, ni quiero. A lo lejos, una luz escapa entre los árboles, el viento alterado se lo permite. ¿Es acaso un atisbo de que la naturaleza reclama mis actos? Mis manos frías me recuerdan que llevo la sangre inocente embarrada como claro ejemplo de esta conjugación entre mi padre y yo. Ambos somos culpables y el sol que intentará asomarse en unas horas será testigo de cada gota derramada. El cuchillo cruel y desafiante membró sus vidas, y peor aún, fui yo con ahínco, quien blandio el arma bajo sus cuellos palpitantes.
Pero es tarde ya. Se ha consumado. El padre me ha ordenado seguir y yo, casi como un fiel palurdo, he obedecido. El sol ya viene, no hay tiempo a reclamos, miedos, ni arrepentimientos; debo seguir. Miro a mi padre quién ya se lava las manos. ¡Pilatos estaría orgulloso, padre! Pues lo hace con enjundia y garbo, casi como un galeno apresto al bisturí. Yo en cambio, aún tiemblo un poco, de miedo, de arrepentimiento, de no sé qué, pero tiemblo.
Las voces están cerca, se oye la turba. ¡Vienen aquí!, ¡lo saben!, ¡saben lo que hemos hecho! Mi padre grita que limpie, que limpie todo ya, que la gente estará aquí pronto y debe encontrar todo limpio, inmaculado; sin rastro de nuestra faena. Miro pasmado pero acudo a la orden. Mi corazón entra en paro o eso creo sentir. Lavo mis manos una y otra y otra vez. No sé cuántas, hasta que mi piel queda añejada por la lejía y el agua. El sol se asoma y de pronto, se oye un grito «¡Don Juan!» Es mi padre a quien llaman, ese grito es para él, quizá no saben que estoy yo aquí, puedo huir o quedarme. Pero al fin he sido cómplice, y valeroso debo enfrentar como me enseño mi padre. Mamá sale desde el fondo y me alivio, ¡ella nos salvará, siempre nos salva! Sigue de largo y saluda a papá. Son cómplices sin duda. No hay nada que hacer. Me deshago del mandil ensangrentado que llevo puesto y una vez que quiero correr, la luz que entra por la doble puerta me ciega, es tarde ya, muy tarde. Papá ha abierto la pollería y debemos atender. La venta de pollo fresco, nunca es un negocio fácil.
Marco de Mendoza
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