
«El diario de Fortunato tenía la última entrada hacía como cuatro meses, describiendo algunos datos de una gárgola importada en 1890 de París, Francia, a Heredia, Costa Rica. Había sido tallada por la familia Boissan, que eran maestros canteros. Luego seguía describiendo detalles sin importancia. En el libro de historia de las gárgolas, encontró una leyenda extraordinaria, que se había extendido en la Europa Medieval, alimentada por el pensamiento fantasioso y pagano de la plebe. Le conferían a las gárgolas poderes místicos, sobrehumanos, donde estas figuras podían transformar o transmutar todo ser vivo, animal o humano, absorbiendo su energía vital y así preservarse en el tiempo. Era como una alquimia mental y espiritual, donde la conciencia atrapada en la gárgola, penetraba el nuevo cuerpo perpetuándose ya no en piedra, sino: ¡En un ser de carne y hueso! , ¡En materia viviente! Lo impresionó la vehemencia con que defendían estas extrañas y exóticas creencias, en esos seres fabulosos, fuera de toda lógica».
La gárgola, Gustavo Vinocour.