«Pidieron un aperitivo y en tanto lo traían le fue mostrando con detenimiento los detalles que daban un lujo exótico al restaurante. Ella asentía, pero sin entusiasmo. Lo ofendió particularmente la poca impresión que le hicieron los flamingos, que a él lo fascinaban.
—Pobres, siempre con luz eléctrica y en un lugar tan chico, con tan poca agua… ¿Cuándo dormirán? Debe de ser espantoso estar siempre encerrados en medio del ruido y de la gente —mientras hablaba ladeando un poco su rizada cabeza, los miraba tristemente, sin un comentario sobre su elegancia, sin un destello de admiración, como si fueran simples animales».
Flamingos.
Inés Arredondo.