
«¡Qué deliciosa criatura!, pensó mientras contemplaba, con divertida curiosidad, el suave torso dorado, el rostro vuelto hacia el otro lado, de líneas regulares como las de una estatua, pero ya no olímpico, ya no clásico… Un rostro helénico, móvil y demasiado humano. Un recipiente de incomparable belleza… ¿pero qué contenía? Era una lástima, reflexionó, que no hubiese formulado esa pregunta con un poco más de seriedad antes de enredarse con la indecible Babs. Pero Babs era una mujer. Dado el tipo de heterosexual que era, el tipo de pregunta racional que esbozaba ahora era informulable. Como sin duda lo sería, por parte de cualquiera susceptible a los jóvenes, en relación con ese iracundo y pequeño semidiós que ahora se encontraba sentado al pie de su cama».
-La isla
Aldous Huxley.